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MEDIA LUNA

El reloj marca las tres de la madrugada y sigo sin moverme del sofá. El gato negro de mi casera una vez más intenta entrar por la rendija que se hace en la ventana de la cocina, el vidrio no cubre esa parte. Ya ni hago el intento por ir a ahuyentarlo, supongo que solo quiere los restos que quedaron en la lata de atún que me comí en la tarde.

3:40. Dormité sólo un rato, las pastillas no hacen efecto sigo temblando y cada vez sudo más. Quiero un vaso de agua pero mis piernas no me responden. ¡Un ruido! ¿Sigue el gato en la cocina? Mañana pongo una tabla en esa rendija, mañana…

Por el frío he dejado de sentir mis pies, la cabeza me explota. Noto otra vez la sombra al final del corredor, no se mueve. Es una sombra humanoide, hasta creo que usa sombrero, no lo sé, la verdad es que veo borroso. Mi sed se ha intensificado, tengo ligeros espasmos en las piernas, me dijeron que eran los efectos secundarios de las pastillas y, sin embargo, no me quitan la transpiración extrema.

La sombra se movió, está enfrente de mí. Sí era un sombrero. Creo intenta tocarme. De cualquier manera no sentiré nada, mi cuerpo está totalmente sedado. Acomodo mi cabeza de tal forma para verla mejor. El dolor aumenta gradualmente. ¿Qué querrá? ¿Habrá más sombras como ésta deambulando por ahí en este edificio antiguo?

Otra vez el gato, pero ahora está en el sofá frente a mí, mismo sitio donde se sentó la sombra antropomórfica. Pareciera que el gato se echó justo en sus piernas. Hasta ahora conozco bien a ese gato, no es totalmente negro como pensaba, tiene una mancha blanca en forma de media luna justo entre una de sus patas y el resto de su cuerpo.

Está calmo, en ratos se pierde con la forma de la sombra, si no fuera por su lunar blanco no lo distinguiría al abrir y cerrar los ojos intentando dormir. No me tiene miedo a pesar de las constantes muestras de hostilidad que le manifestaba al subir las escaleras.

Sigo débil, con frío, pero con el sudor intenso. La incomodidad sobrepasó al malestar. Escucho el ronroneo del gato. Supongo que duerme bien. ¿Y la sombra? Justo atrás de mí. Sólo mueve la cabeza como si tratara de decirme algo. Le digo que me deje en paz, casi balbuceando, las facciones de mi rostro me traicionan. Siento que no muevo los labios y se me cierran los ojos pero no por el sueño. La oscuridad se disipa, el sol ha salido más temprano, eso, o sólo ya perdí la noción del tiempo; sigue sin importar porque sigo medio muerto.

El ente oscuro se ha sentado a un lado del sofá donde agonizo y el gato ya está sobre mis piernas. El ruido de la cotidianidad matutina empeora mi jaqueca. Los rayos de sol pretenden entrar por las orillas de las ventanas. El cuarto ahora diáfano parece más grande. La sombra se mueve y en vez de que desaparezca con la luz aguda toma una forma más pronunciada, más visible en los contornos de su silueta. Tiene el aspecto de un señor viejo encorvado. Llama al gato con un gesto y este reacciona inmediatamente. También el gato ve a la sombra, sabe de su presencia e incluso ya interactúa con ella, mejor dicho, con él, con el hombre viejo.

No dormí nada, mi cuerpo desfallece más ante la imposibilidad de moverme, logro sentarme, solo eso. La sombra se ha ido, el gato no. Se acerca hasta mi regazo, se posa de tal manera que sus ojos coinciden con los míos, y por alguna razón no los mueve. Su mirada penetrante hace que tampoco mueva los míos. Veo en sus ojos de gato la sombra, la misma que estuvo toda la noche cerca de mí. La silueta del viejo encorvado que amaneció conmigo. Se mueve en sus ojos, camina, gesticula con su cuerpo y desaparece de este gato que asalta mi cocina, que intenta entrar por la rendija, que husmea en mi basura, que se duerme en mi sofá.

De repente el gato sobresaltado se aleja, se va hasta la cocina y de ahí intenta desesperadamente salir por el hueco de la ventana. Lo logra haciéndose oír su maullido intenso, agitado, angustiado. Ha percibido mi muerte inevitable. Con sus maullidos llama al viejo encorvado con sombrero, yo tampoco lo veo, no responde. Se habrá esfumado por completo en el resplandor intenso que el sol del mediodía hace presente en todo el departamento.

Ya todo se va quedando a oscuras otra vez, pero sin sombras, ni ruidos. He quedado solo con mi agonía y una paz que da el momento que precede al reposo eterno. ¿Qué quería decirme el viejo?, pienso mucho en eso.  Ahora siento que necesito su compañía, ahora necesito del gato también.

Por fin, mi cuerpo ha quedado completamente inerte, sólo puedo mover mis ojos y escuchar algunos ruidos. Pero no escucho al gato queriendo entrar, tal vez porque ahora ya no hay sobras de comida. La sombra viene del corredor, y con él la noche, mi última noche. Se acerca el viejo, y extrañamente veo en él unos ojos, son tan parecidos a los míos cuando me veía al espejo, cuando empecé a morirme por dentro. Y en esos ojos veo al gato, sus movimientos flexibles alcanzando el sillón para apropiárselo. Me tranquiliza la imagen; me relaja. Y de repente el rostro de viejo en la sombra se desvanece tan cerca de mí, alcanzo a respirar todo ese vaho espeso que dejó. Y en mi inmovilidad siento haber recibido un bálsamo, un consuelo.

Derriban la puerta, mi casera entra tambaleándose por el desastre que hay regado en el piso, me ve parapléjico y sucumbe ante la escena. Grita mi nombre, pero inmediatamente se entera que ya no responderé. Incita a sus demás inquilinos a entrar para que me muevan. ─Creo que ya está muerto. Logro escuchar que dice uno. ─Traigan algo para taparlo.        La casera empieza a llamar a su gato, pero éste no va, no responde al bicheo. Es lo último que escucho, y antes de que me cubran con una sábana blanca alcanzo a ver en el cielo nocturno la luna en su cuarto menguante.

César Hernández

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