Los escombros marcaron los primeros años de vida de Anselm Kiefer (1945). Nacido en el sótano de un hospital en Donaueschingen (Alemania) justo el día que su casa fue bombardeada, creció en un país dividido y en reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial. Estas experiencias permeaban su obra, aunque su lenguaje creativo trasciende la historia, combinando poesía, ciencia, espiritualidad y misterio.
Kiefer trabaja con materiales inusuales: heno, cenizas, barro, vidrio, plomo, restos de guerra, plantas secas y más. Para él, cada elemento tiene un significado: las cenizas simbolizan la regeneración, las flores la fragilidad y la eternidad, y el plomo representa la metamorfosis y el peso de la historia. Sus obras orgánicas cambian con el tiempo, como si fueran seres vivos, y reflejan la construcción, demolición y reconstrucción del universo mismo.
Entre sus trabajos más recientes destaca Morgenthau Plan (2013), donde los tonos ocres predominan, salpicados con sutiles pinceladas de amarillo y azul. Para Kiefer, el color es otro material con significado, no una ilusión: “El material es en realidad el espíritu”, comenta. Sus lienzos se hacen por capas, desprendiendo y reconfigurando elementos, creando relieves y combinando pintura, escultura y objetos recuperados.
La poesía de Paul Celán ha sido una influencia constante. En obras como Margarethe (1981) y Des Herbstes Runengespinst – für Paul Celan (2005), Kiefer fusiona versos con materiales orgánicos y metálicos, explorando la memoria, la historia y los traumas colectivos. Sus libros de plomo, pesados y simbólicos, representan el saber y la transmisión del conocimiento.
“Trabajo con símbolos que vinculan nuestra conciencia con el pasado. Los símbolos crean una especie de continuidad simultánea y recordamos nuestros orígenes”, afirma el artista. Su obra, que mezcla ruinas, poesía y materia, sigue mostrando cómo el arte puede ser un espacio para reconstruir y reflexionar sobre la historia y la experiencia humana.