En nuestra vida cotidiana, la gravedad ya es una fuente de energía. Las centrales hidroeléctricas aprovechan la caída del agua desde un embalse hacia niveles más bajos, convirtiendo la energía potencial en energía cinética que, al mover turbinas, se transforma en electricidad. En esencia, nuestras bombillas se encienden gracias a la fuerza gravitatoria.
En el universo, la gravedad juega un papel aún más decisivo. Es la responsable de la formación y el brillo de las estrellas: al comprimir enormes nubes de gas, enciende reacciones de fusión nuclear que convierten parte de la masa del hidrógeno en energía radiante, con una eficiencia muy superior a los combustibles fósiles.
Pero los fenómenos más extremos ocurren con los agujeros negros. La colisión de dos de estos monstruos cósmicos, detectada en 2015, liberó en forma de ondas gravitacionales una cantidad de energía equivalente a tres soles en apenas una fracción de segundo. Además, los agujeros negros rotantes permiten la extracción de hasta el 29 % de su masa/energía a través del llamado proceso de Penrose, considerado el mecanismo de generación de energía más eficiente del universo conocido.
En conclusión, la gravedad no solo sostiene nuestros pasos en la Tierra: es motor de estrellas, agujeros negros y galaxias, y representa uno de los recursos energéticos más poderosos del cosmos.