Un extenso estudio realizado en el Reino Unido revela que los horarios de comida cambian con la edad y que esos ajustes podrían ofrecer pistas valiosas sobre el estado de salud de las personas mayores.
La investigación, publicada en la revista Communications Medicine, analizó durante más de tres décadas a 2 945 adultos de entre 42 y 94 años, como parte del Estudio Longitudinal de la Universidad de Manchester sobre Cognición en el Envejecimiento Normal y Saludable. Los participantes reportaron regularmente sus horarios de desayuno, comida y cena, además de responder cuestionarios sobre salud, sueño y hábitos diarios.
Los resultados muestran que, con el paso del tiempo, las personas tienden a desayunar y cenar más tarde, mientras que el almuerzo se mantiene estable. Esto acorta la ventana total de alimentación diaria y desplaza el punto medio de la ingesta a horas más tardías.
El equipo investigador halló que quienes enfrentaban más problemas de salud física o mental solían retrasar más el desayuno. Entre los factores asociados destacan la fatiga, los problemas de salud bucal, la depresión, la ansiedad y la presencia simultánea de varias enfermedades crónicas (multimorbilidad).
“Un simple ‘¿a qué hora desayuna usted?’ podría ser un marcador indirecto de bienestar en personas mayores”, señalan los autores.
En un subgrupo de más de mil participantes también se analizaron perfiles genéticos relacionados con el cronotipo —la tendencia a ser más “diurno” o “nocturno”— y con la obesidad. Los genes asociados a un cronotipo vespertino se vincularon con horarios de comida más tardíos y ventanas de alimentación más cortas, mientras que los relacionados con la obesidad no mostraron relación con la hora específica de las comidas.
El estudio identificó dos patrones principales: quienes mantenían horarios de comida tempranos y quienes los retrasaban con el tiempo. Diez años después del inicio del seguimiento, la tasa de supervivencia fue del 89,5 % en el grupo temprano y del 86,7 % en el grupo tardío.
El factor con mayor peso fue el desayuno: cuanto más tarde se realizaba, mayor era el riesgo de mortalidad a largo plazo, incluso al ajustar por otros elementos como el sueño, el estilo de vida o el nivel socioeconómico.
Los investigadores advierten que desayunar tarde no causa directamente problemas de salud, pero puede reflejar pérdida de apetito, depresión o fatiga, además de contribuir a la desincronización de los ritmos circadianos y a dietas de menor calidad.
El trabajo sugiere que incorporar los horarios de comida a las evaluaciones geriátricas podría ayudar a detectar a tiempo posibles deterioros de salud. Mantener rutinas de alimentación tempranas y consistentes podría favorecer un envejecimiento más saludable, concluyen los autores.