Reir llorando
Fue durante la tarde de un día de aquel año 2001, mientras conversaba con mi abuela, la mamá de mi papá, cuando conocí esta obra. Resulta que, entre los recuerdos que mi abuela me platicaba de su infancia, salió a relucir ese en el que mencionaba haber ganado un concurso en su escuela, al recitar esta poesía de Juan de Dios Peza.
A mí realmente nunca me interesó la poesía. De las artes, la poesía no es algo que me cause un especial interés. Sin embargo, al escuchar a mi abuela recitar esas palabras, más de medio siglo después de resultar ganadora de aquel concurso infantil, me provocó un particular impacto.
En ese 2001 los teléfonos celulares no eran tan comunes ni usuales como ahora (en ese tiempo, yo no tenía uno). Ahora me doy cuenta que tan desafortunado fui, pues habría sido para mí, uno de los recuerdos mas valiosos que habría podido capturar en video sin mayor problema, de haber sido la época actual. Me quedo con ese recuerdo en mi mente.
Y sin más, a continuación les comparto la poesía de la que he venido hablando desde el inicio.
Reir llorando. De Juan de Dios Peza
Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra—
el pueblo al aplaudirle le decía:
«Eres el mas gracioso de la tierra
y el más feliz…»
Y el cómico reía.
Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.
Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
«Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.
»Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte».
—Viajad y os distraeréis.
— ¡Tanto he viajado!
—Las lecturas buscad.
—¡Tanto he leído!
—Que os ame una mujer.
—¡Si soy amado!
—¡Un título adquirid!
—¡Noble he nacido!
—¿Pobre seréis quizá?
—Tengo riquezas
—¿De lisonjas gustáis?
—¡Tantas escucho!
—¿Que tenéis de familia?
—Mis tristezas
—¿Vais a los cementerios?
—Mucho… mucho…
—¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.
—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.
—¿A Garrik?
—Sí, a Garrik… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.
—¿Y a mí, me hará reír?
—¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas… ¿qué os inquieta?
—Así —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!… Cambiadme la receta.
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.
Hasta el cielo, un abrazo abuela. Eru.