Ciencia

Mary Shelley y la ciencia detrás de Frankenstein

El mito que anticipó la bioética moderna

Publicada en 1818, Frankenstein o el moderno Prometeo se erige como una de las obras más influyentes de la literatura gótica y de la ciencia ficción. En ella, Victor Frankenstein, un joven científico obsesionado con el misterio de la vida, desafía los límites de la naturaleza al crear una criatura a partir de restos humanos. Lo que comenzó como un relato de terror se convirtió, con el tiempo, en un espejo de las preocupaciones éticas y científicas que aún resuenan dos siglos después.

Hija de la filósofa feminista Mary Wollstonecraft y del político William Godwin, Mary Shelley creció en un entorno de pensamiento ilustrado y rebelde. En 1816, durante un verano en Suiza junto a Lord Byron, John Polidori y su esposo Percy Shelley, nació la idea de Frankenstein. Entre tormentas y lecturas de historias de fantasmas, Byron propuso un reto: escribir la historia de terror más aterradora.
Shelley encontró su inspiración en una pesadilla que combinaba debates sobre electricidad, anatomía y la posibilidad de reanimar la materia muerta.

El contexto científico del siglo XIX fue crucial. Luigi Galvani había descubierto que las patas de una rana muerta podían moverse mediante impulsos eléctricos, y su sobrino, Giovanni Aldini, llegó a aplicar descargas a cadáveres humanos. Estas investigaciones, junto con los trabajos de Humphry Davy en electroquímica, inspiraron a Shelley a imaginar el método con el que Victor Frankenstein daría vida a su criatura.

La novela no solo refleja los avances de su tiempo, sino también una advertencia: el peligro de jugar a ser dios sin considerar las consecuencias éticas. Frankenstein es tanto un homenaje al ingenio humano como una crítica a su arrogancia.

La narración enmarca su historia entre las cartas del explorador polar Robert Walton, símbolo de la curiosidad humana por alcanzar lo inalcanzable. En la época, las expediciones al Polo Norte representaban la frontera del descubrimiento, una metáfora del impulso científico de Frankenstein por desafiar la naturaleza.

Más de dos siglos después, Frankenstein sigue alimentando reflexiones sobre la responsabilidad científica, la inteligencia artificial y la manipulación genética. Shelley anticipó los dilemas que hoy definen la bioética: ¿hasta dónde puede llegar la ciencia sin perder su humanidad?

Su novela, que ha inspirado adaptaciones cinematográficas, obras teatrales y ensayos filosóficos, sigue viva como el monstruo que imaginó: una criatura hecha de fragmentos del pasado que todavía nos interpela sobre el futuro.

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