A finales de 2013, las aguas del Golfo de Alaska comenzaron a calentarse de forma inusual. En pocos meses, las temperaturas del mar aumentaron hasta 2.5 °C y una masa de agua caliente —conocida como la mancha (the blob)— se extendió más de 3,000 kilómetros, desde Alaska hasta México. Este fenómeno, resultado de una ola de calor marina sin precedentes, transformó por completo el ecosistema del Pacífico Norte.
El plancton y el krill, base de la cadena alimenticia, se desplomaron. Los bacalaos del Pacífico colapsaron, miles de leones marinos hambrientos llegaron a la costa y las ballenas jorobadas, sin alimento, se acercaron peligrosamente a tierra en busca de anchoas. Los nacimientos de ballenas disminuyeron un 75 %, mientras que floraciones de algas tóxicas cerraron pesquerías y organismos gelatinosos invadieron aguas donde nunca se habían visto.
Las olas de calor marinas son aumentos bruscos y prolongados de la temperatura del océano, agravados por el cambio climático. Según un estudio publicado en Science, su número se ha multiplicado por veinte desde 1980. Hoy, duran más y alcanzan temperaturas más extremas.
El calentamiento global ha hecho que los océanos absorban el 90 % del exceso de calor atmosférico. Esto provoca alteraciones en las corrientes, tormentas y ecosistemas, cuyos efectos pueden persistir durante décadas.
Los científicos advierten que, si no se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero, eventos como la mancha serán cada vez más comunes y devastadores. Lo que ocurrió en el Pacífico Norte es una advertencia: el océano, que siempre ha sido el regulador del clima, está alcanzando su punto de ebullición.




