Durante más de 230 millones de años, los dinosaurios dominaron la Tierra. Sin embargo, hace 66 millones de años, su presencia desapareció abruptamente del registro fósil. Junto a ellos se extinguieron los grandes reptiles marinos y voladores, y tres cuartas partes de la vida terrestre colapsaron. Qué provocó esta desaparición masiva sigue siendo uno de los mayores enigmas científicos, y las respuestas actuales apuntan a dos grandes fuerzas: una procedente del espacio y otra desde el interior del planeta.
La hipótesis más conocida es la del meteorito propuesta por Luis y Walter Álvarez en 1980. Su evidencia principal es la presencia de una capa global rica en iridio —elemento común en meteoritos— que coincide exactamente con la frontera geológica entre el Cretácico y el Paleógeno. El hallazgo del cráter de Chicxulub, de 150 kilómetros de diámetro y ubicado en la península de Yucatán, reforzó dicha teoría. Estudios posteriores, como las perforaciones de 2016 y fósiles hallados en Dakota del Norte en 2019, confirman un impacto capaz de alterar el clima global durante años.
Pero no todos los científicos concuerdan. Otra teoría señala a las colosales erupciones volcánicas de las Deccan Traps, en India, cuyos flujos de lava cubren más de 500 mil kilómetros cuadrados. Estas erupciones liberaron enormes cantidades de gases que pudieron calentar o enfriar la atmósfera y provocar un desequilibrio ecológico previo al impacto. Investigaciones indican cambios climáticos antes del choque del meteorito, lo que sugiere que los ecosistemas ya estaban debilitados.
Hoy, muchos especialistas consideran posible un escenario combinado: un vulcanismo prolongado que deterioró la biodiversidad y un meteorito que dio el golpe final. Aunque el debate continúa, las investigaciones ofrecen lecciones cruciales sobre cómo los cambios climáticos drásticos pueden transformar la vida en la Tierra.




