Netflix vuelve a sorprender con Train Dreams (Sueños de trenes), una película que ha generado conversación por su fuerza emocional, su impecable fotografía y las destacadas interpretaciones encabezadas por Joel Edgerton. Basada en la novela de Denis Johnson, la cinta nos coloca a principios del siglo XX, en un periodo de profundos cambios sociales y tecnológicos, a través de la mirada de Robert Grainier, un trabajador de los ferrocarriles cuya vida se ve marcada por la pérdida y la búsqueda de sentido en un mundo que avanza sin detenerse.
La película retrata el tránsito de Grainier entre lo cotidiano y lo extraordinario, en una historia que, como en Past Lives o Perfect Days, convierte los detalles más simples en momentos cargados de simbolismo. Desde su difícil infancia como huérfano hasta su vida adulta, marcada por la tragedia, Grainier encarna el espíritu de una época y la fragilidad humana ante los golpes del destino.
El punto de quiebre de la trama ocurre cuando un incendio arrasa con su hogar y, aparentemente, con la vida de su esposa Gladys y su hija Kate. Ese evento desata en Robert un profundo vacío y la sensación de estar pagando una deuda moral, especialmente tras haber presenciado la violencia contra trabajadores chinos y no intervenir. Ese fantasma del pasado lo persigue con fuerza.
Uno de los momentos más enigmáticos llega con la aparición de una niña mitad humana, mitad lobo, símbolo onírico de su duelo. Aunque no es Kate, representa la posibilidad de sanar.
El final, poético y contemplativo, muestra a Robert observando la Tierra desde la perspectiva de los astronautas y, más tarde, volando sobre el terreno donde trabajó por años. En esa mirada amplia, finalmente comprende que su historia es apenas una pequeña parte de un universo inmenso. Es un cierre conmovedor que habla de aceptación, aprendizaje y reconciliación.




