Plástica

Henri de Toulouse-Lautrec: el artista que retrató el pulso nocturno de París

En la capital francesa conoció a figuras fundamentales de la época como Vincent van Gogh y Edgar Degas

Nacido el 24 de noviembre de 1864 en Albi, Francia, Henri de Toulouse-Lautrec creció en el seno de una familia aristocrática que le auguraba una vida cómoda y privilegiada. Desde niño desarrolló una pasión por el dibujo, sin imaginar que un accidente marcaría su destino artístico para siempre.

A los 14 años sufrió una caída de caballo que le fracturó ambos fémures. Las lesiones nunca soldaron correctamente y su crecimiento físico se detuvo, condicionando su apariencia adulta. Incapacitado para continuar con la equitación, Toulouse-Lautrec encontró refugio definitivo en el arte. Con el apoyo del pintor René Princeteau, se entregó al retrato ecuestre y posteriormente recibió formación en diversos talleres de París, aunque la enseñanza académica no terminaba de convencerlo.

En la capital francesa conoció a figuras fundamentales de la época como Vincent van Gogh y Edgar Degas, este último una de sus mayores influencias. Su interés por la litografía y las técnicas impresionistas marcó su estilo único, caracterizado por encuadres atrevidos y escenas vibrantes del París nocturno.

En 1889, su obra Amazona en el Circo Fernando decoró el recién inaugurado Moulin Rouge, establecimiento con el que desarrolló una estrecha relación profesional. Sus afiches, innovadores y enérgicos, se volvieron icónicos por retratar el ambiente bohemio de Montmartre, un universo de bailarinas de cancán, artistas, bebedores de absenta y prostitutas. Allí conoció a Marie Valadon, modelo y artista con quien mantuvo una relación intensa y tormentosa.

Aunque provenía de la aristocracia, Toulouse-Lautrec prefirió caminar entre los márgenes de la sociedad, convirtiéndose en un cronista visual de la vida nocturna parisina. Su obra capturó la vitalidad, crudeza y autenticidad de un mundo que la alta sociedad prefería ignorar, pero que él consideraba profundamente humano.

Su salud, deteriorada por el alcohol y la sífilis, lo llevó a episodios de delirio. En 1899 su madre lo acogió para darle cuidados, pero el 9 de septiembre de 1901, a los 36 años, el artista falleció tomado de su mano. Con él se apagaron para siempre las luces de los cabarets que lo inspiraron, pero su legado perdura como uno de los testimonios más intensos y sinceros de la Belle Époque.

Toulouse-Lautrec solía decir: “Soy feo, pero la vida es hermosa.” Su obra, luminosa y desgarradora, continúa confirmándolo.

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