El cine iberoamericano reciente confirma su vitalidad al apostar por relatos que incomodan, resisten y obligan a mirar de frente heridas aún abiertas. Desde México, España, Chile y Colombia, una selección de siete películas traza un mapa donde la memoria, el cuerpo y la persistencia ética se convierten en ejes narrativos.
En el séptimo lugar aparece No nos moverán, de Pierre Saint-Martin Castellanos, que aborda la masacre de Tlatelolco no como episodio cerrado, sino como herida vigente. A través del personaje que interpreta Luisa Huertas, la cinta entiende la memoria como acción tardía y responsabilidad presente. Le sigue Sorda, de Eva Libertad, una obra que desplaza el drama hacia la estructura misma del mundo al retratar la maternidad desde la experiencia de una mujer sorda, encarnada con precisión por Miriam Garlo.
Desde Chile, La misteriosa mirada del flamenco, ópera prima de Diego Céspedes, construye una fábula queer en un contexto marcado por el sida y el prejuicio, donde la familia elegida se vuelve refugio y resistencia. En el terreno documental, Tardes de soledad, de Albert Serra, observa la tauromaquia desde una ambigüedad moral sostenida, sin juicios ni concesiones, confrontando al espectador con la convivencia entre belleza y violencia.
El tercer puesto lo ocupa Romería, de Carla Simón, un viaje íntimo a una memoria familiar atravesada por el silencio, la droga y la pérdida, narrado con fragmentos y ausencias. Un poeta, del colombiano Simón Mesa Soto, ofrece un retrato crudo y melancólico del fracaso artístico y la persistencia del deseo creativo. Encabeza la lista Sirat, de Oliver Laxe, una experiencia sensorial extrema donde el duelo se transforma en trance cinematográfico, exigiendo entrega total del espectador.
Juntas, estas películas confirman que el cine sigue siendo un espacio privilegiado para pensar el pasado, interrogar el presente y resistir desde la imagen.




