Entre 1520 y 1521, en la antigua ciudad prehispánica de Zultépec, hoy conocida como Tecoaque, se levantó uno de los símbolos más contundentes de la resistencia indígena frente al avance europeo: un tzompantli erigido frente al templo de Ehécatl, dios del viento y deidad tutelar del asentamiento.
Zultépec, cuyo nombre en náhuatl significa “Cerro de las codornices”, era un poblado acolhua integrante de la Triple Alianza. En 1520, sus habitantes capturaron una caravana de más de 400 personas que transportaban bienes arrebatados por Hernán Cortés a Pánfilo de Narváez. Durante varios meses, los cautivos fueron sacrificados y ofrendados a los dioses, en un acto ritual que involucró a personas de diversos orígenes: europeos, africanos, mayas, tlaxcaltecas, totonacos, mulatos y mestizos.
Tras estos hechos, los mexicas rebautizaron el lugar como Tecoaque, que significa “Donde se los comieron”. Las investigaciones arqueológicas han confirmado que el tzompantli estaba conformado por cráneos de hombres, mujeres y niños, muchos de ellos de origen no mesoamericano. Los estudios también sugieren prácticas rituales complejas, que incluían la exhibición de restos humanos y, posiblemente, la ingestión ceremonial de carne como un acto simbólico para absorber la fuerza del enemigo y restablecer el equilibrio cósmico.
Este episodio resulta clave para desmontar la idea de que los pueblos originarios creyeron que los europeos eran dioses. En Tecoaque, los extranjeros fueron tratados como seres humanos: vencidos, sacrificados y devueltos a la tierra mediante rituales ancestrales.
Aunque el asentamiento fue tomado posteriormente por los conquistadores, el mensaje de resistencia permanece. Hoy, una reproducción del tzompantli se alza en el sitio original, recordando uno de los episodios más impactantes y menos difundidos del proceso de la Conquista: la oposición indígena al dominio europeo.




