Hace medio siglo, el 31 de octubre de 1975, Queen lanzó al mundo una canción que rompió todas las reglas. Bohemian Rhapsody, escrita principalmente por Freddie Mercury, fue el primer sencillo del álbum A Night at the Opera y, contra todo pronóstico, se convirtió en un éxito masivo, permaneciendo nueve semanas consecutivas en el número uno del Reino Unido.
La pieza, de casi seis minutos de duración, desafió los estándares de la industria al combinar balada, ópera y hard rock en una estructura nunca antes escuchada. Mercury, quien la había concebido por completo en su mente y la apodó “la cosa de Fred”, buscaba simplemente “meter algo de ópera en un contexto de rock and roll”. El resultado fue una sinfonía inusual que transformó el panorama musical de la época.
El productor Roy Thomas Baker registró cerca de 200 voces superpuestas —grabadas por Mercury, Brian May y Roger Taylor—, al grado de volver transparente la cinta magnética. Esa complejidad técnica, unida a la teatralidad de la composición, convirtió a Bohemian Rhapsody en una pieza única e irrepetible.
Pocas canciones han despertado tanta especulación sobre su significado. Mercury se negó siempre a explicarlo, prefiriendo que cada oyente encontrara su propia interpretación. “¿Es esto la vida real o solo una fantasía?”, canta en una introducción que pronto se transforma en confesión, drama y catarsis: “Mamá, acabo de matar a un hombre”.
Entre referencias a Scaramouche, Belcebú y Galileo, la canción se mueve entre lo absurdo y lo sublime, un relato abierto que refleja tanto el ingenio como la vulnerabilidad de su autor.
Aunque en su lanzamiento fue criticada por su “exceso teatral”, Bohemian Rhapsody terminó por consolidarse como una de las canciones más influyentes de la historia. La BBC la nombró “la mejor canción de los últimos 50 años”, mientras que Rolling Stone la incluyó en el puesto 17 de su lista de las 500 mejores canciones de todos los tiempos.
Su interpretación en el Live Aid de 1985 marcó un antes y un después en la historia del rock: un estadio entero cantando al unísono, testigo del poder escénico y emocional de Mercury.
Hoy, 50 años más tarde, Bohemian Rhapsody sigue desafiando el paso del tiempo. “Nunca me aburro de tocarla”, declaró recientemente Brian May a la BBC. “Funciona con públicos de todas las edades. Es la obra maestra de Freddie”.
Más que una canción, Bohemian Rhapsody es un símbolo de libertad creativa, una demostración de que la extravagancia también puede ser arte.




