Durante años, los astrónomos se han sorprendido por una característica peculiar de la Vía Láctea: la existencia de dos grandes grupos de estrellas con composiciones químicas distintas. Este fenómeno, conocido como bimodalidad química, divide a las estrellas cercanas al Sol en dos poblaciones según sus niveles de magnesio e hierro. Aunque ambas comparten un rango similar de metalicidad, forman secuencias claramente diferenciadas que no se observan con la misma intensidad en galaxias vecinas como Andrómeda.
Un nuevo estudio del Instituto de Ciencias del Cosmos de la Universidad de Barcelona, basado en simulaciones del proyecto Auriga, propone una explicación que transforma nuestra comprensión de la evolución galáctica: la Vía Láctea no sigue un patrón excepcional, sino uno de muchos caminos posibles.
El equipo analizó 30 galaxias simuladas con características similares a nuestra galaxia. Sorprendentemente, varias desarrollaron secuencias químicas dobles sin necesidad de colisiones gigantes. En algunos casos, la bimodalidad apareció tras periodos intensos de formación estelar; en otros, fue causada por la llegada de gas pobre en metales desde el medio circungaláctico, una región que rodea a las galaxias y que alimenta la creación de nuevas estrellas.
Esta visión descarta la necesidad de un evento catastrófico —como la antigua fusión con Gaia-Sausage-Enceladus— para explicar la dualidad química. En su lugar, muestra que diversas trayectorias evolutivas pueden producir patrones similares.
El estudio también subraya que cada galaxia tiene una historia distinta, moldeada por su relación con el gas circundante y sus ciclos de formación estelar. Con la ayuda de observatorios como el James Webb, futuras mediciones permitirán comprobar si esta diversidad química es realmente común en otras galaxias.
La Vía Láctea, concluyen los investigadores, no es una excepción, sino un ejemplo más de la complejidad y variedad con la que las galaxias evolucionan en el cosmos.




