Las herramientas científicas de vanguardia y las excavaciones tradicionales convergieron en 2025 para ofrecer algunos de los descubrimientos arqueológicos más relevantes de los últimos años, confirmando que gran parte de la historia humana permanece aún oculta bajo selvas, desiertos y mares.
Uno de los hallazgos más destacados ocurrió en Belice, donde arqueólogos de la Universidad de Houston descubrieron una tumba real maya de aproximadamente 1,700 años de antigüedad en la pirámide Caana, en la antigua ciudad de Caracol. El entierro, cubierto de cinabrio y acompañado de una máscara mortuoria de jade, podría pertenecer a Te K’ab Chaak, fundador de una dinastía que gobernó la región durante casi cinco siglos.
En Egipto, la búsqueda de la tumba de Cleopatra dio un giro significativo con el descubrimiento de un puerto sumergido frente a Taposiris Magna. La arqueóloga Kathleen Martínez y el explorador Bob Ballard identificaron columnas, anclas y suelos pulidos bajo el mar Mediterráneo, reforzando la hipótesis de que este sitio fue un importante centro marítimo y podría albergar pistas sobre el paradero final de la reina.
Ese mismo país fue escenario de otro descubrimiento histórico: la localización de la tumba perdida del faraón Tutmosis II, la primera tumba real hallada cerca del Valle de los Reyes desde la de Tutankamón. El sepulcro conserva jeroglíficos y un techo decorado con motivos celestiales.
En Sudamérica, el uso de drones e imágenes satelitales permitió identificar megaestructuras andinas, como antiguas trampas de caza y sistemas de mercado que revelan cómo las sociedades prehispánicas transformaron el paisaje para el comercio y la subsistencia.
Finalmente, la secuenciación del ADN más antiguo y completo de un egipcio, de hace 4,500 años, permitió reconstruir su ascendencia y aspecto físico, ofreciendo una ventana inédita a los orígenes genéticos del Antiguo Egipto.
Estos hallazgos confirman que la arqueología, apoyada en la ciencia moderna, continúa ampliando nuestra comprensión del pasado humano.




