En pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, el ex convento Corpus Christi guarda una de las historias más románticas —y trágicas— de la época virreinal. Según el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), bajo su altar mayor reposó, dentro de un cofre de plata, el corazón embalsamado del virrey Baltasar de Zúñiga y Guzmán, marqués de Valero.
Baltasar, primer virrey soltero de la Nueva España, vivió rodeado de amores fugaces hasta que conoció a Constanza Téllez, una joven que estaba por convertirse en monja. Enamorado, le propuso matrimonio, pero fue rechazado en repetidas ocasiones. Constanza finalmente se enclaustró en el convento de Santa Isabel, rompiendo cualquier vínculo con él.
El virrey, marcado por este desamor, dejó estipulado en su testamento que, al morir, su corazón fuera enterrado en el templo que él mismo mandó construir: el convento Corpus Christi. La obra había sido levantada frente a la Alameda Central, como un acto de fe y agradecimiento tras sobrevivir a un ataque con daga en 1717, presuntamente motivado por una venganza amorosa.
Baltasar falleció en Madrid en diciembre de 1727. Un año después, en octubre de 1728, su última voluntad se cumplió: su corazón, embalsamado y resguardado en una caja de plata, fue enviado a la Nueva España y colocado al pie del altar mayor.
Hoy, el convento ya no alberga reliquias, pero la leyenda de un virrey que decidió que su corazón viajara miles de kilómetros para descansar junto al escenario de su amor imposible sigue viva en la memoria histórica de la ciudad.