Durante años, Julieta Cazzuchelli y Cazzu parecieron dos caras distintas de una misma historia. La primera, una joven del norte argentino criada en una familia trabajadora; la segunda, una figura que irrumpió en la música urbana cantando sobre deseo, libertad y resistencia. Pero con el tiempo —y especialmente con la maternidad— aquella división comenzó a desvanecerse. Hoy, a sus 31 años, Julieta reconoce que ella y su alter ego ya casi no se distinguen.
Esa integración personal impulsa gran parte del mensaje que sostiene dentro y fuera del escenario. Para Cazzu, la fuerza que proyecta no es una máscara, sino un reclamo contra las exigencias que pesan sobre las mujeres: desde cómo deben verse hasta lo que pueden cantar, bailar o mostrar. Consciente de su papel como figura pública, sus canciones funcionan como manifestaciones de lo que ella misma desea ser y, al mismo tiempo, como mensajes para sus seguidoras.
Su reciente libro Perreo profundiza en estas tensiones, desmontando la idea de que el trap y el reguetón son géneros exclusivamente machistas. Ahí detalla cómo las artistas enfrentan presiones adicionales, que se intensifican tras la maternidad: críticas sobre su vestuario, su libertad creativa o su rol como madre. Aun así, sostiene su convicción: “Estoy bien con lo que soy y con lo que vendo”, afirma.
La artista también reflexiona sobre el fronteo —la ostentación típica del género urbano— como una herramienta de reivindicación para quienes crecieron en entornos precarios. Si bien reconoce el valor simbólico de la opulencia, mantiene una mirada prudente sobre el dinero, moldeada por la inestabilidad económica argentina.
En lo musical, Cazzu amplía su territorio con Latinaje, un álbum inspirado en sonidos de América Latina y en vivencias personales que marcaron su 2024. En él reafirma su fuerza creativa y un objetivo más profundo: construir un futuro donde su hija encuentre menos barreras de las que ella debió enfrentar.




