El iceberg A-68a, uno de los más grandes registrados en la Antártida, ha sido objeto de un estudio pionero que permitió a los científicos presenciar su desintegración utilizando robots submarinos avanzados. Este coloso, que se separó de la barrera de hielo antártica en julio de 2017 y que medía 5,800 km², se desintegró por completo en abril de 2021.
En febrero de 2021, el British Antarctic Survey (BAS) desplegó dos planeadores submarinos autónomos, Doombar–405 y HSB–439, pilotados a distancia desde el buque RRS James Cook, para estudiar el iceberg durante 17 días. A pesar de algunos desafíos técnicos, los robots recopilaron datos clave sobre el impacto ambiental del derretimiento.
El estudio reveló que la desintegración del iceberg alteró la capa de agua fría conocida como winter water, lo que permitió que nutrientes como hierro y sílice ascendieran a la superficie, fertilizando la zona y aumentando la productividad del fitoplancton. Esto beneficia a organismos marinos como el krill, base de la cadena alimentaria antártica, con efectos potenciales en peces, ballenas y pingüinos.
El derretimiento del A-68a evidencia los efectos del cambio climático, ya que la ruptura de grandes icebergs altera la circulación de nutrientes y puede modificar las corrientes oceánicas y la biodiversidad local.
Este estudio demuestra cómo la tecnología robótica permite explorar ambientes extremos inaccesibles para los humanos, ofreciendo datos más precisos sobre los procesos que afectan al continente antártico y su relación con el calentamiento global. La investigación abre un nuevo paradigma en la ciencia climática, combinando exploración remota, recopilación de datos en tiempo real y avances en inteligencia robótica para comprender los ecosistemas más inexplorados del planeta.