Halloween, la Noche de las Brujas, tiene sus raíces en festividades celtas de hace más de 3000 años. En aquel entonces, se celebraba Samhain, el año nuevo celta, para despedir al dios del Sol y dar la bienvenida a las noches largas y frías del otoño. Se creía que los espíritus caminaban entre los vivos, por lo que los celtas encendían hogueras, sacrificaban animales y usaban disfraces para confundir a los fantasmas. También surgieron las primeras formas de «truco o trato», cuando los jóvenes pedían comida a cambio de hacer monerías.
Con la expansión del cristianismo, Samhain se transformó en la Víspera de Todos los Santos (All Hallow’s Eve), de donde proviene el nombre actual, Halloween. La iglesia incorporó velas en tumbas y abstinencia de carne, costumbres que derivaron en la tradición de dulces, manzanas y pasteles.
Halloween llegó a Estados Unidos gracias a los inmigrantes europeos, especialmente irlandeses, durante la Gran Hambruna de 1840. Allí se popularizaron los jack-o’-lantern, calabazas huecas con velas inspiradas en la leyenda de Jack el Tacaño. La festividad se masificó con desfiles, hogueras y películas de terror, destacando el clásico de John Carpenter, Halloween (1979).
A lo largo de los años, mitos y leyendas urbanas han acompañado la celebración: gatos negros sacrificados por sectas o golosinas envenenadas, aunque estudios muestran que estos temores están más relacionados con la cultura del miedo que con la realidad.
Hoy, Halloween es una celebración de disfraces, caramelos y bromas, una tradición que combina siglos de historia celta, rituales cristianos y cultura popular moderna.