El origen de la vida sigue siendo uno de los mayores misterios de la ciencia. Aunque la Tierra tiene aproximadamente 4,500 millones de años, los fósiles más antiguos datan de hace 3,700 millones, dejando una ventana de 600 millones de años en la que la vida pudo haber surgido y desaparecido por impactos catastróficos de asteroides y cometas, según investigaciones de la Universidad de Chicago.
Durante siglos, la teoría predominante fue la de la generación espontánea, postulada por filósofos como Aristóteles, que sugería que los seres vivos podían surgir de materia inanimada. Experimentos de Louis Pasteur en el siglo XIX refutaron esta idea, demostrando que incluso los organismos microscópicos provenían de otros seres vivos, sentando las bases de la biología moderna.
Otra hipótesis plantea que la vida pudo haber llegado del espacio a través de meteoritos o cometas, la llamada panspermia. Evidencias recientes respaldan esta teoría, como los aminoácidos encontrados en el meteorito Murchison en Australia y en muestras del asteroide Ryugu traídas por la misión japonesa Hayabusa 2.
Finalmente, la teoría más aceptada actualmente sugiere que la vida se originó en la Tierra gracias a procesos químicos en la “sopa primordial”. Experimentos pioneros de Stanley Miller y Harold Urey en 1953 simularon la atmósfera primitiva y generaron aminoácidos, demostrando cómo los compuestos básicos para la vida pudieron formarse de manera natural.
Estas investigaciones combinan química, astronomía y biología para acercarnos a la comprensión de cómo surgieron los primeros seres vivos, un tema que sigue siendo fundamental para entender no solo nuestra historia, sino también la posibilidad de vida en otros rincones del universo.