Cordelia Urueta Sierra (1908–1995) dejó una huella imborrable en la pintura mexicana, siendo reconocida por su uso del color y la abstracción sin abandonar la figura humana. Hija del escritor y diplomático Jesús Urueta Siqueiros, creció en un entorno intelectual y artístico que moldeó su sensibilidad desde temprana edad.
Aunque no tuvo una formación artística formal extensa, Urueta aprendió de destacados artistas de su tiempo, incluyendo Gustavo Montoya, y se relacionó con figuras como Dr. Atl, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo. Tras estancias en París y Nueva York, regresó a México en 1950 para dedicarse plenamente a la pintura.
Su obra se caracteriza por la vibrante expresión del color y la exploración de la figura humana hasta llevarla hacia la abstracción. A lo largo de su carrera expuso en México y en el extranjero, incluyendo Francia, Japón, Jerusalén, Escandinavia y Sudamérica. Su trabajo fue reconocido en bienales internacionales y permanece en la colección permanente del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México.
Cordelia Urueta también destacó como profesora de arte, diplomática y promotora cultural, colaborando en la fundación del Salón de la Plástica Mexicana. En 1967 y 1970, el Museo de Arte Moderno realizó exposiciones individuales de su obra, y en 1985 se llevó a cabo una retrospectiva de su carrera.
A pesar de los reconocimientos, rechazó el Premio Nacional de Arte, considerando que la trascendencia de la obra debía ir más allá de galardones. Su legado artístico continúa inspirando a generaciones de artistas y consolidándola como una de las figuras más importantes del arte abstracto en México.
Cordelia Urueta falleció el 3 de noviembre de 1995 a los 87 años y está enterrada en el Panteón Jardín de la Ciudad de México.