La Navidad cuenta con múltiples tradiciones, pero pocas son tan reconocibles como el árbol decorado. Ya sea natural, en maceta o artificial, adornado con luces, esferas y estrellas, este símbolo ocupa un lugar central en los hogares durante las fiestas decembrinas. Sin embargo, su origen está lejos de ser claro y está marcado por una mezcla de ritos paganos, creencias cristianas y transformaciones culturales.
De acuerdo con un artículo de National Geographic, los árboles de hoja perenne han sido utilizados desde la antigüedad en celebraciones del solsticio de invierno en Europa. Para las culturas paganas, estas plantas simbolizaban la vida y la luz que prevalecen sobre la oscuridad durante los meses más fríos del año. Con el paso del tiempo, estas prácticas se fueron adaptando y resignificando.
Algunos países del norte de Europa, como Letonia y Estonia, afirman haber sido los primeros en colocar árboles decorados entre los siglos XV y XVI, aunque los historiadores debaten si estas celebraciones estaban realmente ligadas a la Navidad. Otras versiones apuntan a Alemania como el lugar donde surgió el árbol navideño moderno. Según la Enciclopedia Britannica, fue en ese territorio donde los árboles de hoja perenne comenzaron a integrarse a los rituales cristianos, especialmente durante la Edad Media, con los llamados “árboles del paraíso” que representaban el Jardín del Edén.
En el siglo XVI, la tradición se consolidó cuando, según la leyenda, Martín Lutero colocó velas encendidas en un árbol para representar las estrellas en el cielo. Con la migración europea, la costumbre se extendió a Inglaterra y Estados Unidos, donde terminó por popularizarse a finales del siglo XIX.
Con el aumento de su uso, surgieron también los árboles artificiales, creados inicialmente para reducir la tala de bosques. Hoy, el árbol de Navidad continúa evolucionando, pero mantiene su esencia como símbolo de unión, luz y celebración.




