En los últimos años, las auroras boreales y australes han sorprendido al mundo con apariciones en lugares donde tradicionalmente no se observaban. El pasado 12 de noviembre, por ejemplo, habitantes del hemisferio norte pudieron ver estos destellos de luz incluso en regiones alejadas de la zona polar. La razón: un incremento en las eyecciones de masa coronal provenientes del Sol, cuyas partículas cargadas chocan con la atmósfera terrestre y producen este fenómeno natural.
Las auroras, conocidas por sus tonos verdes, rojos y ocasionalmente púrpuras o azules, se generan cuando los iones del viento solar son canalizados hacia los polos por el campo magnético terrestre. Allí colisionan con átomos de oxígeno y nitrógeno, liberando energía en forma de fotones. La altura y la densidad de la atmósfera determinan el color: el rojo aparece en zonas muy altas, los verdes en regiones medias y los violáceos en capas más bajas.
Aunque Galileo acuñó el término “aurora” en 1619 creyendo que era un reflejo solar, hoy sabemos que este espectáculo proviene de la interacción entre el Sol y la magnetosfera terrestre. Y en 2025, el fenómeno es más común debido al llamado “máximo solar”, el punto de mayor actividad de un ciclo de 11 años en el que aumentan las manchas solares y las tormentas electromagnéticas.
Estos eventos no solo expanden la zona auroral hacia latitudes más bajas, sino que también pueden afectar sistemas eléctricos y GPS. En 2023, tormentas solares permitieron ver auroras hasta en Arizona y el Reino Unido. Sin embargo, ninguna se acerca al histórico evento de 1859, cuando auroras intensísimas iluminaron el cielo desde Cuba hasta Santiago de Chile.
Para quienes buscan observarlas, las mejores zonas siguen siendo entre los 60° y 75° de latitud, en lugares oscuros y despejados como Alaska, Canadá, Laponia, Tasmania y Nueva Zelanda.




