Cada año, alrededor del 21 de diciembre, el planeta experimenta uno de sus eventos astronómicos más significativos: el solsticio de diciembre, que marca el inicio del verano en el hemisferio sur y del invierno en el hemisferio norte. En esta fecha, el Sol alcanza su posición más meridional y se sitúa directamente sobre el Trópico de Capricornio, una línea imaginaria clave para comprender la relación entre la Tierra y el Sol, según explica la NASA.
Los solsticios ocurren dos veces al año y determinan el día con más horas de luz en un hemisferio y el más corto en el otro. Durante el solsticio de diciembre, la radiación solar se concentra principalmente en el hemisferio sur, lo que influye en los ciclos climáticos, las estaciones y la vida cotidiana de millones de personas.
El Trópico de Capricornio recibe su nombre de la constelación homónima, ya que en la antigüedad el Sol coincidía con ella durante el solsticio. Aunque hoy el fenómeno ocurre en la constelación de Sagitario debido a la lenta variación del eje terrestre, el nombre se ha conservado. Esta línea atraviesa tres continentes y 13 países, desde Chile y Brasil hasta Namibia y Australia, y solo cuatro países se encuentran completamente al sur de ella: Uruguay, Lesoto, Esuatini y Nueva Zelanda.
En Sudamérica, el trópico está marcado por diversos monumentos y monolitos, como el Hito del Trópico de Capricornio en Antofagasta, Chile, o el reloj solar de Huacalera, en Argentina, que recuerdan su importancia geográfica y cultural.
Más allá de su carácter astronómico, el Trópico de Capricornio simboliza la conexión entre ciencia, historia y territorio, cobrando especial relevancia cada diciembre cuando el Sol vuelve a alinearse con esta frontera invisible del planeta.




