En 1961, el meteorólogo Edward Lorenz, del MIT, descubrió algo que cambiaría para siempre la manera de entender la predicción del clima: un redondeo mínimo en un dato de su modelo provocó un pronóstico completamente distinto. Años después, en 1972, planteó su ya famosa pregunta: “¿El aleteo de una mariposa en Brasil puede provocar un tornado en Texas?”.
El “efecto mariposa” pasó a convertirse en una poderosa metáfora para explicar cómo pequeños cambios iniciales pueden desencadenar grandes consecuencias en sistemas complejos. Sin embargo, los expertos recuerdan que, aunque útil para ilustrar la sensibilidad de ciertos fenómenos, no debe interpretarse de forma literal.
“El aleteo de una mariposa no puede causar un tornado por sí mismo”, afirma Roger Pielke Sr., profesor emérito de ciencias atmosféricas en la Universidad Estatal de Colorado. Para Bo-Wen Shen, de la Universidad Estatal de San Diego, el valor del concepto está en mostrar que incluso alteraciones diminutas pueden influir significativamente en la evolución de un sistema.
Más allá de la cultura popular —donde suele confundirse con meras coincidencias—, el efecto mariposa ha sido clave en la formulación de la teoría del caos. Aplicaciones hay muchas: desde la predicción meteorológica y el estudio del cambio climático, hasta modelos en física, biología, economía y sistemas sociales.
Según los científicos, la principal lección que deja Lorenz es que la predicción perfecta es imposible en sistemas caóticos. En el caso del clima, el límite práctico para un pronóstico confiable rara vez supera las dos semanas.
El legado de Lorenz vive en la ciencia y en la imaginación colectiva: un recordatorio de que, en un mundo interconectado, incluso las acciones más pequeñas pueden tener consecuencias inesperadas.