La película Fue solo un accidente, ganadora de la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes, confirma a Jafar Panahi como una de las voces más incisivas del cine contemporáneo. Su obra, una mezcla de sátira, tragedia y brutal observación social, ha provocado la reacción inmediata del gobierno iraní, que recientemente emitió una orden de arresto contra el director bajo acusaciones de “propaganda antipatriótica”.
El filme inicia con una escena aparentemente simple: un hombre atropella a un perro mientras conduce por una ruta oscura junto a su esposa embarazada y su hija. Pero lo que parece un evento aislado se convierte en la llave para abrir un retrato feroz de un país consumido por el miedo, el trauma y la desconfianza. Panahi convierte el incidente en una trampa narrativa y emocional que arrastra al espectador hacia un universo donde cada acción está marcada por heridas antiguas.
La historia toma forma cuando Vahid, un hombre marcado por la cárcel y la tortura, cree reconocer el sonido de la prótesis del conductor involucrado en el accidente. Panahi no utiliza esa duda para construir un thriller convencional; lo que le interesa es mostrar cómo la víctima puede convertirse en verdugo y cómo, en un contexto de opresión estatal, la línea entre justicia y venganza se vuelve borrosa.
El director reúne a un grupo de personajes dañados que terminan encerrados en una camioneta que funciona como celda, confesionario y circo trágico. Sus heridas colectivas se convierten en un retrato mordaz de un país donde el sufrimiento es cotidiano y donde la corrupción —evidenciada en sobornos, favores y extorsiones normalizadas— revela un sistema colapsado.
Visualmente claustrofóbica y emocionalmente devastadora, Fue solo un accidente confirma que Panahi sigue siendo una figura incómoda para el régimen: su cine, incluso desde la persecución, mantiene una lucidez que ningún poder logra silenciar.




