Mientras la Luna ilumina las noches de la Tierra con serenidad, Ío, una de las lunas de Júpiter, vive en un infierno perpetuo. Es el mundo más volcánico conocido, donde los mares de lava hierven sin descanso y las columnas eruptivas se elevan cientos de kilómetros, como fuegos artificiales del inframundo.
Un nuevo estudio publicado en Science acaba de revelar algo sorprendente: Ío lleva en erupción continua desde hace 4,500 millones de años, prácticamente desde que nació el sistema solar. Es decir, nunca ha dejado de arder.
Usando el observatorio ALMA, en Chile, los astrónomos analizaron los gases de su atmósfera —principalmente azufre— para medir cómo su composición ha cambiado a lo largo del tiempo. Los resultados muestran que Ío ha perdido casi toda su reserva original de azufre, una señal inequívoca de que su vulcanismo ha sido constante durante toda su existencia.
Esta actividad extrema se debe al calentamiento de marea: la poderosa atracción gravitatoria de Júpiter deforma su superficie, generando fricción y calor suficiente para fundir la roca. Así, Ío se convierte en una auténtica caldera cósmica, donde ríos de lava, gases de azufre y auroras jovianas cuentan la historia de un planeta en ebullición eterna.
“Estamos viendo a Ío tal como siempre fue”, afirma la geóloga planetaria Jani Radebaugh.
El descubrimiento no solo cambia lo que sabemos sobre Ío, sino también sobre otros mundos como Europa, que podrían mantener sus océanos líquidos gracias al mismo proceso. En otras palabras, el fuego que arde en Ío podría ser la clave para entender la vida en otros lugares del cosmos.
Imágenes captadas por la sonda Juno de la NASA muestran la danza incandescente de su superficie: un espectáculo de luz visible e infrarroja que recuerda que incluso en el vacío del espacio, la vida y la energía nunca dejan de moverse.




