Un estudio publicado en Science Advances propone un giro radical en la historia temprana del Sistema Solar: Júpiter no solo fue el primer gigante en formarse, sino que remodeló de manera decisiva el entorno donde nacieron la Tierra, Venus y Marte. La investigación, realizada por Baibhav Srivastava y André Izidoro, sugiere que el crecimiento temprano del planeta gaseoso alteró los flujos de gas y polvo en el disco primordial, resolviendo varios enigmas que durante décadas desconcertaron a los astrofísicos.
Uno de los problemas clave era la diferencia temporal entre los planetesimales metálicos más antiguos —formados en el primer millón de años— y la aparición tardía de los condritos ordinarios y enstatitas, surgidos dos o tres millones de años después. Además, la marcada separación isotópica entre meteoritos carbonáceos y no carbonáceos parecía requerir una barrera física que evitara la mezcla de materiales, una barrera que muchas teorías atribuían a Júpiter. Sin embargo, ese mismo mecanismo implicaba que la región interna carecería de polvo suficiente para la formación tardía de nuevos cuerpos.
Las nuevas simulaciones hidrodinámicas resuelven la contradicción. Según los autores, al alcanzar una masa crítica, Júpiter no solo abrió un hueco en el disco, sino que aceleró la pérdida de gas en la región interior, reduciendo la migración de los embriones planetarios hacia el Sol. El gigante también creó baches de presión que atraparon polvo y permitieron una “segunda generación” de planetesimales millones de años después, coincidiendo con la edad de los meteoritos no carbonáceos.
Este escenario explica la estabilidad de las órbitas de la Tierra y sus vecinos, la cronología de los meteoritos y la composición diferenciada de los materiales primitivos. El estudio posiciona a Júpiter como un verdadero arquitecto del Sistema Solar y sugiere que procesos similares podrían estar modelando sistemas planetarios alrededor de otras estrellas.




