Detectada en peligro desde la década de 1970, la capa de ozono es una región de alta concentración de ozono en la estratosfera que protege a la Tierra de la dañina radiación ultravioleta (UV). En los años 80, los científicos alertaron sobre un agotamiento severo sobre la Antártida causado principalmente por sustancias químicas como los clorofluorocarbonos (CFC), utilizados en aires acondicionados, aerosoles y refrigeradores, así como por otros compuestos como los halones y el bromuro de metilo.
La reacción global fue histórica. En 1985 se adoptó el Convenio de Viena, seguido por el Protocolo de Montreal en 1987, cuyo objetivo fue la eliminación gradual de estas sustancias. Más recientemente, la Enmienda de Kigali, de 2016, incorporó medidas para controlar los hidrofluorocarbonos (HFC), sustitutos de los CFC que contribuyen al calentamiento global.
Gracias a estas acciones, el 99% de las sustancias que agotan la capa de ozono han sido eliminadas progresivamente. Estudios científicos muestran que la capa de ozono se está recuperando, aunque la recuperación completa se prevé hacia mediados de este siglo.
Si no se hubieran tomado estas medidas, la exposición a la radiación UV habría aumentado significativamente, elevando el riesgo de cáncer de piel y cataratas, dañando ecosistemas y afectando la producción de alimentos.
En este contexto, el 16 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, recordando la firma del Protocolo de Montreal y destacando cómo la cooperación global puede traducir la ciencia en acción efectiva. Como señaló el Secretario General de la ONU, António Guterres: “Este logro nos recuerda que cuando las naciones hacen caso a las advertencias de la ciencia, el progreso es posible”.