La enfermedad de las sombras
Como era usual, Sebastián era en encargado de las fotos familiares. Él era un fotógrafo de profesión de una revista de noticias y esto le había dado a su soltería una buena vida económica. En las reuniones familiares le gustaba experimentar tomando fotos de diferentes ángulos con diferentes lentes y además le gustaba dar un retoque en la postproducción para hacerlas auténticas. Su afán nacía de su percepción de que todas las fotos de todas las familias son iguales; «Menos la mía –pensó Sebastián». Se encontraba en su casa en su pequeña sala de trabajo haciendo el retoque final de las fotos de las vacaciones familiares. Siempre daba énfasis a las fotos donde él salía porque pensaba que él era “un modelo difícil para las fotos”. Se le hizo extraño que en todas las fotos donde él salía, no le tendría que dar un retoque extra; por una vez salió bien en todas las fotos sin embargo le extrañó otra cosa. En todas las fotos en donde salía su sombra, salía muy apagada. Para él, la falta de sombra le denotaba falta de equilibrio en la luminosidad de la foto. Decidió disminuir la luz hasta que su sombra se viera normal pero esto generaba que toda la foto se inundara de penumbras. Sebastián vio que su sombra era demasiado tenue comparándola con las sombras de sus familiares, y esto era en todas las fotos aun cuando en todas cambiaban el ángulo de iluminación, la localidad, el lente, el ángulo en el que se toma la foto, etcétera. Era claro que su sombra era más tenue. En un momento pensó que era algo sin sentido pero tenía el pequeño pensamiento que podría significar algo. Revisó de nuevo las fotos y encontró lo mismo. Era evidente que su sombra era diferente en esas fotos. Quiso comprobarlo. Apago la luz, puso la lámpara de su escritorio frente a él y se dio vuelta para ver su sombra. Según él, la veía un poco apagada pero no le resolvía nada porque no tenía con que compararla, así que decidió comprobarlo con otra cosa. Revisó fotos antiguas en donde salía él. Se encontró con el álbum de la navidad pasada y encontró su sombra casi igual a la de los demás. Sí la veía un poco más tenue pero no le daba una respuesta clara, tal vez él se estaba metiendo esa idea a la cabeza. Ignoró esa extrañeza. Decidió descansar por ese día. «He de tener los ojos cansado –se excusó Sebastián». Sin tratar de ver su sombra para no regresar a sus cavilaciones, cenó, tomó un baño, leyó un cuento de Gabriel García Márquez para relajarse y se fue a dormir.
Al día siguiente se preparó para irse a su oficina que se encontraba en un edificio a unas pocas cuadras de su casa. Por la cercanía, todos los días se iba caminando, renegando cuando sus compañeros de trabajo le proponían dar un “ride” tanto de ida al trabajo como de regreso a su casa. Ellos lo hacían por su seguridad; él nunca quiso molestar a alguien en ese aspecto. Además no quería sacar el coche por la contaminación y el alto costo de la gasolina. Salió de su casa y el sol de verano lo topó tajantemente de frente. Se dispuso a caminar un poco más rápido para que no le quemara tanto el sol. Al cerciorarse de que no había ningún vecino en la calle para saludar tomó su camino. Empezó a hacer un recuento de todo lo que tenía que hacer en el trabajo; era una época donde había pocas noticias así que sería un poco difícil ilustrar la revista de manera objetiva. Sus ideas las podría concentrar poco porque el pensamiento de que su sombra se desvanecía le empezó a abarcar la mente. Revisó de reojo su sombra, la veía desvanecida por el sol. Observó las sombras de las personas que venían hacia él y las observó demasiado oscuras en comparación de la suya. Era claro que a su sombra le pasaba algo pero no entendía porque había de pasar eso. Él no se sentía enfermo o algo diferente; él no había tenido algo que generara eso. Simplemente lo que tenía era esa nimiedad que perturbaba su tranquilidad. Decidió de nuevo ignorar su sombra para concentrarse en su trabajo. Caminó lo que le faltaba cabizbajo tratando de no ver las sombras. «Si le digo a alguien de que mi sombra se está desvaneciendo me pondrán como un loco –pensó Sebastián−» «Un loco que tiene su sombra enferma y por eso no ha de querer venir a trabajar −dedujo que dirían sus compañeros». Pensó en guardar secreto sobre eso. Además pensó que esta situación pudiera deberse a algo pasajero. Entro a su edificio de trabajo, subió el elevador, fue hacia su oficina e hizo su trabajo de siempre tratando de que el trabajo mismo le quitara eso de la mente. Trabajó más arduamente de lo que hacía, hasta quiso saltarse la hora de la comida para seguir trabajando. Su jefe le dijo que, ya que cumpliría sus horas laborales diarias antes, se podía retirar temprano. Él aceptó el trato. Por un momento pudo olvidarse del mal de su sombra.
Ya en su hora de salida acortada, a unas cuantas horas del anochecer, guardó sus cosas y se fue a su casa. En la calle que tomaba rombo a su casa trató de retomar el tema de las sombras pero no con el ahínco de antes. De nuevo vio que la suya era más tenue que las demás, pero ahora por el cansancio no le mortificaba como antes. Caminaba solo viendo las sombras de los demás en lo que pensaba en un posible motivo. Ya a una cuadra de su casa decidió pararse en una tienda a comprar unas cuantas cervezas para relajarse. Justo cuando iba a entrar a la tienda se topó de frente con un hombre de 50 años aproximadamente que fue a comprar unas piezas de pan. Ambos obedecieron al saludo por cordialidad. El hombre siguió su camino, sin embargo Sebastián revisó, como lo estaba haciendo ya automáticamente, la sombra del hombre la cual encontró más tenue que la suya. Se extrañó de la misma forma que antes. Comparó de nuevo su sombra con la del hombre y vio que estaba en lo correcto; la sombra del hombre casi era inexistente. Y además el hombre no parecía afligido. Decidió seguirlo de lejos para ver qué pasaba con su sombra. Así doblaron a la esquina en la primera cuadra y a unas cuantas casas después el hombre, sin darse cuenta de que lo iban siguiendo, se metió a su casa. El hombre era de estatura alta, delgado, con una calvicie marcada y usaba un traje de saco gris y pantalones negros. No tenía un rasgo relevante más que la casi ausencia de sombra. Sebastián decidió esperarlo afuera de su casa. Pensó por un momento timbrar a su casa para hablar con él de ese asunto, pero le pareció un tanto inadecuado pues lo más seguro es que él no se hubiera dado cuenta de lo que padecía su sombra. Se sentó en un terreno baldío que se encontraba justo enfrente de la casa del hombre. Todavía era temprano, así que pensó que el hombre debía de salir de su casa ese mismo día. Así pasó en la espera un par de horas hasta que anocheció por completo y el alumbrado público se encendió. El hombre salió de su casa con una mujer que parecía ser su esposa. Caminaron alejándose de donde se encontraba Sebastián. Él trato de acercarse de la manera más sigilosa posible tratando de poder observar, gracias al alumbrado público, la sombra del hobre. A unos cuantos metros pudo acercarse y ver que la sombra del hombre y de la mujer estaba de la misma intensidad, sin embargo era una intensidad diferente a la que vio con anterioridad. Ahora la sombra del hombre parecía normal; era como si hubiera rejuvenecido su sombra. Se paró cerca de un faro para observar la suya para ver si había cambiado al igual que la del hombre pero seguía igual de tenue. No comprendía por qué el aspecto de la sombra de ese hombre había cambiado y la de él seguía igual. Tenía que averiguarlo. Fue a hablar con él para preguntarle directamente. Aceleró un poco el paso y acercó a la pareja. Les preguntó si conocía una calle de por allí la cual Sebastián conocía perfectamente; simplemente era su excusa para acercarse e iniciar la conversación. La pareja respondió amablemente. Ya cuando la pareja iba a reiniciar su caminata, Sebastián los detuvo con una pregunta: «Disculpen… les parecerá un poco raro pero… de casualidad mi sombra no se ve un poco diferente a la de ustedes» El hombre con extrañeza en la mirada comparó la sombra de Sebastián y la suya. «Yo la veo igual que la de nosotros; además es solo una sombra, no creo que tenga relevancia». «…Gracias… disculpe las molestias. –dijo Sebastián alejándose apenado».
Sebastián regresó a su casa. Evidentemente sabía que sus sombras no estaban igual. Pensó en que le estaban mintiendo aunque también pudiera ser que fuera algo que solo él veía por alguna razón. Decidió que se debía más a lo segundo. Tal vez debía de ir a ver al oculista. Trató de ignorar de nuevo ese tema. Entró a su casa, cenó y siguió trabajando en sus fotos familiares. Después de poco tiempo las terminó, las guardó y apagó su computadora. Decidió de ver de nuevo su sombra por última vez en el día bajo la luz de su lámpara para ver si había cambiado. Esta vez la vio un poco más tenue que antes. No comprendía por qué y no sabía por dónde empezar a pensar. No sabía ni siquiera si era algo malo. Tampoco sabía si era mejor la oscuridad o la luz para ayudar su sombra; tampoco sabía si debía ayudarla. Puso la lámpara lo más tenue posible y se quedó mirándola fijamente como si tratara de que la sombra dijera algo. Pasó las horas en vela divagando en su mente mientras veía como su sombra poco a poco se iba desvaneciendo. Sebastián después de unas cuantas horas se quedó dormido.
Sebastián se levantó por los rayos penetrantes del sol. Se sintió incomodo por no haber dormido en su cama. Se incorporó y, rápidamente, desvió la mirada para ver su sombra. No la encontró. Se paró justamente frente a la ventana, la abrió por completo y le dio la espalda a esta para ver su sombra. No la encontró. Su sombra se había difuminado por completo. Cerró la ventana para cubrirse de oscuridad, prendió de nuevo su lámpara para ver si veía la sombra mediante luz artificial. De nuevo no la encontró. Sebastián se había quedado sin sombra. Decidió salir su casa para que los rayos del sol descubrieran tajantemente de que no tenía sombra y así preguntar si alguien percibía lo mismo. Salió de su casa sin importarle nada más. Encontró la calle en silencio, sin ninguna persona ni ningún automóvil. Se encontraba solo tanto que ni siquiera su sombra lo acompañaba. Buscó la hora y encontró que era las 8 am, la hora usual en que la mayoría de la gente iba a trabajar, una hora en la cual la calle estaría muy ocupada, sin embargo no era así. Caminó para ver si encontraba a alguien. Caminó cuadras y cuadras sin encontrar ni un peatón, ni un automóvil, ni un ruido. Todos habían desaparecido; las casas parecían vacías, las tiendas vacías y los edificios vacíos. Trató de ver de nuevo su sombra. Otra vez no la encontró. Su mente estaba llena de dudas. Se sentía sofocado por la soledad. Caminó un poco más con desesperación. Era como si la tierra se había olvidado de él. Después de un tiempo de caminar sin rumbo, observó a lo lejos una persona que caminaba sola por la calle. Sintió alivio. Comenzó a correr hacia ella. Le empezó a gritarle que se detuviera pero la persona no lo hacía. Le extraño que no le respondiera si con el silencio era fácil oír cualquier cosa. Apresuró el paso. Cuando se iba acercando vio que aquella persona tampoco tenía sombra. Le gritó de nuevo pero no contestó. Corrió para posicionarse justo frente a la persona.
Hablo para llamar su atención esperando que la persona se sintiera igual de aliviada que él pero ni siquiera dirigió la mirada hacia él; la persona tan solo siguió caminando.
Sebastián trató de detenerlo poniendo su mano en su pecho, sin embargo la mano de Sebastián no podía tocar a esa persona porque la atravesaba por completo. Al parecer esa persona no podía verlo ni sentirlo. Sebastián de nuevo se sintió solo. Trató de encontrar la manera de poder hablar con esa persona pero le fue imposible. Trató poniendo su mano en el rostro de la persona pero de nuevo no podría tocarlo. Sebastián vio que su mano era un poco diferente al cuerpo de la persona. Sebastián se había envuelto en oscuridad. Revisó su otra mano, sus piernas, su torso y todo estaba envuelto en oscuridad. Él se había vuelto una oscuridad intangible. Él se había vuelto una silueta que estaba coloreada con solo oscuridad. Sus rasgos se habían difuminando en esta profunda oscuridad. Él se había vuelto una sombra. No comprendía cómo había sucedido. Aquella persona frente a él era una persona de luz sin sombra. No tenía más en la mente que la de seguirlo para intentar averiguar lo que sucedía con ambos. Así que, desde ese momento Sebastián aceptó acompañar a aquella persona copiando cada uno de sus ademanes porque desde ese momento y para siempre él sería su sombra.
–FIN–