El muralismo, uno de los movimientos artísticos más emblemáticos de México, no se quedó en Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Hoy, un siglo después, sus ecos se expanden en paredes urbanas y espacios digitales donde el arte busca dialogar con nuevas generaciones.
En ciudades como Guadalajara, Monterrey y Ciudad de México, colectivos de artistas reinterpretan la tradición muralista para hablar de feminismo, diversidad, medio ambiente y justicia social. “Los muros siguen siendo un espacio político, pero también un lugar de identidad comunitaria”, explica la historiadora del arte Jimena Ramírez.
Proyectos como Mujeres a la Pared o Street Art Chilango demuestran que el muralismo contemporáneo ya no está ligado exclusivamente al patrocinio estatal, sino que florece en barrios, escuelas y centros culturales independientes.
El impacto es doble: revitaliza el espacio público y, al mismo tiempo, crea narrativas visuales que cuestionan la desigualdad y rescatan la memoria colectiva. El mural, más que un adorno, sigue siendo un manifiesto.