Durante décadas se pensó que el paisaje lunar cambiaba casi exclusivamente por impactos de meteoritos. Sin embargo, un nuevo estudio científico revela que en el valle Taurus-Littrow —escenario de la misión Apolo 17 en 1972— el terreno fue modificado durante millones de años por terremotos lunares poco profundos. El hallazgo redefine lo que se sabe sobre la actividad geológica de la Luna y abre nuevas preguntas sobre los riesgos de habitarla a largo plazo.
El análisis se centró en rocas y deslizamientos observados y muestreados directamente por los astronautas del Apolo 17. Durante años, estas huellas se atribuyeron a impactos externos, pero las “edades de exposición” de las rocas permitieron reconstruir una historia distinta: el valle fue sacudido repetidas veces por sismos moderados a lo largo de unos 90 millones de años.
Los investigadores identificaron a la falla Lee-Lincoln como la principal responsable de estos eventos. Se trata de una fractura geológicamente joven que atraviesa la zona y que se activó en varios episodios, no en uno solo. A partir del tamaño y la posición de las rocas caídas, los científicos estimaron que los sismos alcanzaron magnitudes cercanas a 3, pequeñas en términos terrestres, pero significativas en la Luna debido a su menor gravedad y a la cercanía de las sacudidas con la superficie.
El estudio también abordó una pregunta clave: ¿representaron estos sismos un peligro para los astronautas? La respuesta es tranquilizadora. La probabilidad de que un evento dañino ocurriera durante los pocos días de la misión Apolo 17 fue extremadamente baja. No obstante, el panorama cambia cuando se piensa en bases habitadas durante años.
Los resultados subrayan la importancia de considerar la geología lunar en futuros asentamientos: elegir zonas alejadas de fallas activas, diseñar estructuras más estables y desplegar una red moderna de sismómetros serán pasos clave para un regreso seguro y sostenible a la Luna.




