Cada otoño, millones de mariposas monarca realizan una épica migración de 4.500 km desde Estados Unidos y Canadá hasta sus refugios invernales en California y México. Sin embargo, los recientes conteos del Western Monarch Thanksgiving Count y la National Wildlife Federation revelan descensos alarmantes: 86% menos mariposas en la costa oeste de EE. UU. y un 15% menos en México respecto al año anterior, sumando más del 80% de reducción en las últimas dos décadas.
El culpable: la actividad humana. El cambio climático y la pérdida de hábitat, especialmente la desaparición del algodoncillo —planta esencial para las orugas—, ponen en riesgo la supervivencia de la especie. Los cultivos resistentes a herbicidas y la sequía han disminuido la disponibilidad de esta planta vital, mientras que el aumento de CO₂ altera su composición química, haciendo que algunas especies sean demasiado tóxicas para las mariposas.
Investigadores como Karen Oberhauser, Chip Taylor y Leslie Decker señalan que aún hay esperanza. Sembrar algodoncillo autóctono, conservar hábitats de descanso y adoptar medidas contra el cambio climático pueden ayudar a la recuperación de la especie. Estudios también muestran que el tamaño de las alas de las monarcas ha aumentado en los últimos 150 años, posiblemente como adaptación a rutas de migración más largas.
El futuro de la monarca depende de la acción inmediata. Según modelos del USGS, hay entre 11 y 57% de probabilidad de extinción en 20 años si no se protegen sus hábitats. Como concluye Taylor: “Podemos salvar a la monarca y otras especies. La pregunta es si tenemos la voluntad de hacerlo”.