María Izquierdo (1902-1955) es recordada como una de las figuras más sólidas y valientes del arte moderno en México. Su carácter firme la llevó a tomar decisiones que marcarían su trayectoria, entre ellas dejar la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1929, apenas un año después de haber ingresado, con el objetivo de encontrar un lenguaje propio que le permitiera experimentar con la forma, el color y las propuestas estéticas de la vanguardia.
A finales de la década de los treinta, la obra de Izquierdo se transformó hacia una exploración profunda de la identidad mexicana. Sus colores se volvieron más vibrantes, las formas adquirieron mayor definición y su interés se centró en las manifestaciones populares del país: desde escenas circenses hasta elementos de las escuelas pictóricas regionales del siglo XIX. En todas estas etapas, la figura femenina permaneció al centro de su discurso, no como musa pasiva, sino como protagonista y agente de significado.
Un ejemplo representativo de esta postura es su obra “Mis sobrinas” (1940), un autorretrato en el que Izquierdo se representa sentada al centro, acompañada por dos de sus sobrinas. La composición reafirma su visión de la mujer moderna: activa, consciente de su papel social y capaz de compaginar la vida familiar con la práctica artística, algo difícil de concebir en la época.
La obra de María Izquierdo continúa inspirando por su autenticidad, su valentía y su profundo compromiso con la identidad cultural de México.




