Un 3 de noviembre de 1957, el mundo miró al cielo con asombro. La Unión Soviética lanzó el Sputnik 2, una misión histórica que llevó al primer ser vivo —y primer mamífero— a orbitar la Tierra: Laika, una perrita callejera de Moscú que pasó a la historia como símbolo de la exploración espacial… y también del sacrificio animal en nombre de la ciencia.
Aunque no fue el primer animal enviado al espacio (ese título pertenece a unas moscas en 1947), Laika se convirtió en la primera en alcanzar la órbita terrestre, marcando un antes y un después en la carrera espacial entre la URSS y Estados Unidos.
Sin embargo, detrás de esta hazaña tecnológica se esconde una historia triste. Los científicos sabían desde el principio que Laika no regresaría con vida. La cápsula del Sputnik 2 no estaba diseñada para el retorno. Su destino era el sacrificio.
Laika, cuyo nombre en ruso significa “la que ladra”, fue seleccionada entre varios perros callejeros que el gobierno soviético capturó por su resistencia al frío y al hambre. Pasó por entrenamientos extremos, donde se le confinaba en cápsulas cada vez más pequeñas para simular el encierro del cohete.
El día del lanzamiento, los sensores registraron su miedo: su frecuencia cardíaca se triplicó y su respiración se aceleró. Logró completar algunas órbitas, pero murió pocas horas después debido al sobrecalentamiento de la nave, no nueve días después como se informó durante décadas.
A pesar de su trágico final, Laika se convirtió en un ícono de la ciencia y la cultura popular. Su historia inspiró canciones, cuentos y homenajes alrededor del mundo, recordándonos el costo humano (y no humano) del progreso científico.
Hoy, su nombre sigue siendo sinónimo de valentía, curiosidad y sacrificio.




