
Las polillas que leen las estrellas
Los científicos descubren cómo un insecto navega usando la Vía Láctea
Cada primavera, miles de millones de diminutas polillas Bogong (Agrotis infusa) emprenden uno de los viajes migratorios más asombrosos del reino animal: recorren hasta mil kilómetros en plena noche desde las llanuras del sureste australiano hasta unas remotas cuevas alpinas que nunca han visitado. Allí hibernan durante el caluroso verano y, cuando llega el otoño, emprenden el viaje de regreso para reproducirse y morir en el mismo lugar donde nacieron.
Durante décadas, este comportamiento ha desconcertado a los científicos. ¿Cómo puede un insecto de apenas unos milímetros, con un cerebro del tamaño de una cabeza de alfiler y sin ninguna experiencia previa, encontrar con precisión un destino oculto entre montañas? Un nuevo estudio publicado en la revista Nature en 2025 ofrece una respuesta extraordinaria: las polillas se guían por las estrellas.
El estudio revela que estas polillas nocturnas utilizan un mapa estelar para navegar, tal como lo hacían los antiguos navegantes. Incluso sin luna, sin referencias terrestres visibles y con el campo magnético anulado artificialmente, las Bogong mantienen el rumbo correcto al usar la Vía Láctea como brújula.
En un experimento inédito, los investigadores capturaron polillas en pleno vuelo y las colocaron en un simulador de orientación bajo un cielo artificial. Cuando las estrellas fueron reemplazadas por configuraciones desordenadas, las polillas perdieron por completo la orientación. Pero bajo un cielo natural o una recreación fiel del mismo, volaban en la dirección correcta según la estación: hacia el sur en primavera, hacia el norte en otoño.
“Es notable que un animal con un cerebro tan pequeño pueda hacer esto”, señaló David Dreyer, del Departamento de Biología de la Universidad de Lund, Suecia.
Los científicos también investigaron qué ocurre dentro del cerebro de estos insectos mientras se orientan. Identificaron neuronas que se activaban intensamente cuando la polilla se dirigía hacia el sur, independientemente del cielo proyectado o de la época del año. Estas células estaban ubicadas en regiones clave del cerebro encargadas de procesar la visión, la orientación espacial y el control del movimiento.
Además, los resultados indican que las polillas no solo reconocen puntos brillantes aislados, sino que interpretan configuraciones completas del cielo nocturno, como la franja de la Vía Láctea, para trazar su ruta. Se trata de una capacidad de navegación compleja y precisa que, hasta ahora, solo se había observado en aves migratorias y algunos mamíferos marinos.
Aunque estas polillas también utilizan el campo magnético terrestre, el estudio demuestra que pueden prescindir de él si las estrellas están visibles. Esta doble estrategia —basada en cielo y magnetismo— permite que se adapten a las condiciones cambiantes de la noche, desde nubes hasta tormentas geomagnéticas.
Este sistema redundante convierte a las Bogong en verdaderas maestras de la navegación natural. Cada año, millones de ellas llegan a cuevas donde cada metro cuadrado de pared puede albergar hasta 16,000 ejemplares. Y todas lo hacen sin haberse guiado jamás por experiencia previa.
Este descubrimiento abre un nuevo campo de investigación sobre la cognición animal y la evolución de la navegación. También plantea inquietudes: ¿cómo afectará la contaminación lumínica creciente o los cambios en el campo magnético a estas extraordinarias migraciones?
Lo que es seguro es que la polilla Bogong se ha ganado un lugar en el panteón de los grandes viajeros del planeta. Con alas de papel y una brújula escrita en las estrellas, demuestra que incluso los seres más pequeños pueden ocultar habilidades asombrosas, dignas de los más expertos exploradores.