Junto a los desfiladeros ocre y las costas turquesas de Australia Occidental, solía esconderse un color imposible: el rosa fucsia de sus lagos salados. Pero hoy, dos de los más emblemáticos —el Pink Lake de Esperance y el Lago Hillier— están cambiando de tono.
Durante miles de años, estos lagos hipersalinos brillaron gracias a microorganismos extremófilos como Dunaliella salina y Salinibacter ruber, que producían betacarotenos bajo el intenso sol australiano. Sin embargo, el cambio climático y la sobreexplotación de recursos han alterado la salinidad que les daba vida.
En Esperance, la extracción de sal desde finales del siglo XIX redujo la concentración salina hasta volver el lago azul grisáceo. Y más recientemente, lluvias excepcionales ligadas al cambio climático transformaron el color chicle del Lago Hillier.
Aun así, los científicos son optimistas. Algunos proyectos ya buscan devolver la sal al ecosistema y permitir que los lagos recuperen su equilibrio natural.
“Lo que está ocurriendo con las lagunas rosas es un símbolo claro de nuestra relación con la naturaleza”, dice el hidrólogo Nik Callow. “Durante siglos la explotamos; ahora intentamos repararla.”
Los lagos rosas son mucho más que una curiosidad visual: son un espejo de la Tierra, que nos recuerda cuánto ha cambiado el planeta y lo que aún puede sanar si se le da tiempo.




