Los pulpos, calamares y sepias, miembros de la clase de los cefalópodos, son expertos en transformar su apariencia de manera instantánea, combinando cambios de color, patrón, textura y forma para adaptarse a su entorno y sobrevivir en los océanos. Según Michael Vecchione, conservador de cefalópodos del Smithsonian, estos animales son los mejores “en esto de todos los que conocemos”, a pesar de ser mayoritariamente daltónicos.
Su piel está cubierta por cromatóforos, sacos de pigmento controlados por músculos diminutos, que permiten crear patrones complejos y dinámicos. Además, estructuras llamadas papilas permiten alterar la textura de su cuerpo, ayudándoles a mezclarse con rocas, corales y algas. Por ejemplo, el pulpo azul (Octopus cyanea) puede volverse casi transparente o adoptar tonos naranjas y marrones para camuflarse entre corales.
Más allá del camuflaje, los cefalópodos utilizan estas habilidades para intimidar a depredadores, engañar a sus presas y comunicarse entre ellos, incluso en la oscuridad de las profundidades mediante fotóforos que generan luz. También son clave en el cortejo, donde los machos muestran colores y patrones específicos para atraer a las hembras o engañar a rivales.
Aunque aún se desconoce si estos cambios de piel reflejan intencionalidad consciente, investigaciones sugieren que los patrones pueden manifestar emociones o estados internos como miedo, estrés o deseo de aparearse. La neurocientífica Tessa Montague afirma que la piel de los cefalópodos es “una pantalla que básicamente te muestra lo que están pensando”.
Así, estos moluscos no solo destacan por su camuflaje extremo, sino también como un fascinante medio de comunicación visual en el mundo marino, un recordatorio de la complejidad y creatividad de la naturaleza.