
Por qué mentimos? La ciencia detrás del engaño humano
*La mayoría de las personas comienza a mentir desde temprana edad
Desde una excusa para evitar una reunión hasta una historia inventada en redes sociales, mentir es un comportamiento universal. Lo hacemos todos, en mayor o menor medida. Pero, ¿por qué? ¿Qué nos impulsa a torcer la verdad, incluso cuando sabemos que está mal?
Según estudios en psicología, neurociencia y sociología, la mentira no es simplemente un defecto moral, sino una herramienta social profundamente arraigada en la evolución humana. Aunque a menudo se condena desde una perspectiva ética o religiosa, la ciencia sugiere que mentimos por razones prácticas, emocionales y hasta de supervivencia.
La mayoría de las personas comienza a mentir desde temprana edad. Investigaciones demuestran que los niños pueden empezar a decir sus primeras mentiras a partir de los 2 o 3 años, generalmente como parte del desarrollo cognitivo. Mentir implica memoria, imaginación, control de impulsos y capacidad de ponerse en el lugar del otro.
«Mentir es una señal de inteligencia social», señala la psicóloga Victoria Talwar, de la Universidad McGill en Canadá. «Para hacerlo, necesitas saber lo que otra persona sabe, cree o espera. Es un ejercicio de empatía, aunque se use para el engaño».
No todas las mentiras son iguales. Según expertos, las motivaciones más comunes incluyen:
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Evitar el castigo: una de las razones más antiguas y frecuentes.
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Proteger a otros: lo que se conoce como «mentiras piadosas».
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Ganar una ventaja: desde obtener un beneficio económico hasta mejorar la imagen personal.
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Ahorrar tiempo o incomodidad: muchas personas mienten para evitar confrontaciones.
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Mantener la autoestima: algunas mentiras nos ayudan a sostener una visión positiva de nosotros mismos.
Los neurocientíficos han identificado zonas específicas del cerebro que se activan cuando mentimos, especialmente en la corteza prefrontal, encargada de la toma de decisiones y el control de impulsos. Curiosamente, cuanto más se miente, más fácil se vuelve hacerlo. Un estudio del University College de Londres encontró que el cerebro se adapta al engaño: mentir repetidamente reduce la respuesta emocional asociada a la culpa.
Esto explica por qué algunas personas se convierten en mentirosos crónicos, mientras que otras se sienten incómodas incluso con una mentira menor.
En la era de las redes sociales, la mentira ha adquirido nuevas formas. Desde perfiles falsos hasta noticias manipuladas, el entorno digital favorece la construcción de realidades alternativas. Según un informe del MIT, las noticias falsas en Twitter se difunden seis veces más rápido que las verdaderas, porque apelan más a las emociones y al sensacionalismo.
Aunque se suele decir que “la verdad siempre sale a la luz”, lo cierto es que vivir en total honestidad es casi imposible. La verdad completa a veces duele, genera conflictos o pone en riesgo relaciones personales. Por eso, muchos expertos consideran que las mentiras son parte del tejido de la vida social.
“La clave está en el tipo de mentira, su intención y sus consecuencias”, afirma el sociólogo español Manuel Castells. “Mentir por compasión no es lo mismo que mentir para manipular o explotar a otros”.
Mentir no siempre es una señal de maldad. En muchos casos, es una herramienta de adaptación, una estrategia social e incluso una forma de cuidar vínculos. La ciencia no justifica el engaño, pero lo entiende: somos seres complejos, que usan la mentira tanto para herir como para proteger.
En una época donde la verdad parece más frágil que nunca, entender por qué mentimos podría ser el primer paso para valorar —y cuidar— mejor la honestidad.