Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos prohibió a las mujeres ingresar a las fuerzas armadas, pero 25 jóvenes valientes no se detuvieron. En 1942 viajaron a Gran Bretaña para convertirse en las primeras mujeres estadounidenses en pilotar aviones militares, integrándose a la Air Transport Auxiliary (ATA), una unidad que transportaba hasta 147 modelos diferentes de cazas y bombarderos desde fábricas hasta aeródromos de la Royal Air Force.
Entre ellas destacó Jacqueline Cochran, aviadora que salió de la pobreza para convertirse en millonaria y romper récords de velocidad. Gracias a su iniciativa, otras mujeres se unieron a la misión de transportar aviones bajo condiciones extremas, enfrentando uno de los trabajos más peligrosos de la guerra: una de cada siete pilotos moría durante las misiones.
Pilotos como Dorothy Furey, Virginia Farr, Winnie Pierce, Hazel Jane Raines y Mary Zerbel no solo demostraron su valía en el aire, salvando vidas y superando emergencias críticas, sino que también rompieron con las expectativas sociales de la época, adoptando conductas audaces y modernas para la sociedad de entonces.
Al finalizar la guerra, muchas de estas mujeres regresaron a Estados Unidos y continuaron vinculadas a la aviación, aunque enfrentaron obstáculos para integrarse plenamente a la industria aérea. Cochran fundó las Women Air Force Service Pilots (WASP) y siguió alcanzando hitos históricos en la aviación. Otras, como Nancy Miller y Ann Wood, hicieron historia en la aviación civil, mientras que muchas de sus colegas fueron olvidadas por la historia oficial.
A pesar de su servicio pionero y su valentía, estas mujeres apenas han sido reconocidas en conmemoraciones y medios de comunicación, quedando relegadas al olvido a pesar de su trascendental contribución a la historia de la aviación.