Las auroras boreales y australes, esos espectáculos celestes que pintan el cielo de verdes, rojos y violetas, se han vuelto más comunes en los últimos años, incluso en regiones donde tradicionalmente no aparecían. Este fenómeno, que deslumbra a espectadores alrededor del mundo, está directamente relacionado con el aumento de la actividad solar.
El pasado 12 de noviembre, habitantes de distintos puntos del hemisferio norte pudieron observar auroras en lugares donde casi nunca son visibles. Estas apariciones se deben a las eyecciones de masa coronal, explosiones solares que envían partículas cargadas hacia la Tierra. Cuando dichas partículas chocan con la atmósfera, interactúan con gases como el oxígeno y el nitrógeno, produciendo destellos luminosos que pueden durar minutos u horas.
La explicación científica detrás de los colores también es fascinante. Las auroras rojas se originan a unos 240 kilómetros de altitud, donde el oxígeno emite luz lentamente. El verde, más común, se genera entre los 100 y 240 kilómetros, mientras que los tonos violáceos, mezcla de azul y rojo, provienen del nitrógeno en capas más densas de la atmósfera.
Actualmente, el Sol atraviesa su “máximo solar”, el punto culminante de un ciclo de 11 años en el que aumenta la presencia de manchas solares y tormentas geomagnéticas. Esto significa que, en los próximos meses, habrá más oportunidades de observar auroras lejos de las zonas polares.
Se estima que los mejores lugares continúan siendo las latitudes entre 60° y 75°, aunque tormentas intensas pueden expandir la zona auroral hasta regiones muy alejadas del Ártico o la Antártida. Episodios históricos, como el registrado en 1859, muestran que estas tormentas pueden iluminar el cielo incluso en latitudes tropicales.
Mientras dura el máximo solar, el cielo podría seguir ofreciendo uno de los espectáculos naturales más hermosos y misteriosos del planeta.




