
¿Por qué nos fascina el olor a lluvia?
Lo que parece solo un aroma de verano, es en realidad un sofisticado lenguaje de la naturaleza.
Durante los días de calor sofocante, pocas cosas resultan tan reconfortantes como una tormenta de verano. Y con ella, ese aroma inconfundible a tierra mojada que nos hace respirar hondo y sentir alivio. Pero ese olor no solo es real, también tiene nombre: petricor.
Este fenómeno, bautizado por geólogos australianos en 1965, es una mezcla de sustancias naturales. El petricor en sí es un aceite que liberan algunas plantas y que permanece atrapado en suelos y piedras. Al caer la lluvia, las gotas generan burbujas que transportan ese aceite al aire, liberando su fragancia. A este se suma la geosmina, una molécula producida por bacterias del suelo, perceptible solo cuando la tierra se humedece. ¿El resultado? Una sinfonía de aromas que nuestro cerebro reconoce de inmediato.
Y si hay tormenta eléctrica, se añade otro matiz: el ozono alterado por partículas cargadas da lugar a un aroma «chamuscado» que se mezcla con los otros, dando lugar al llamado “olor a tormenta”.
¿Por qué lo disfrutamos tanto? La ciencia sugiere que se trata de un vestigio evolutivo: ese olor anunciaba lluvias y cosechas en tiempos antiguos. Hoy, sigue activando zonas cerebrales ligadas a la emoción y la memoria.
Incluso animales como camellos y peces reaccionan al petricor y la geosmina, pues les indican agua o cambios de estación. Así, lo que parece solo un aroma de verano, es en realidad un sofisticado lenguaje de la naturaleza.