La estrella de Belén es uno de los símbolos más poderosos del relato navideño y del imaginario cristiano. Según el Evangelio de Mateo, una estrella apareció en Oriente y guio a los Reyes Magos hasta el lugar donde había nacido Jesús. Aunque el pasaje bíblico es breve, ha provocado durante siglos un intenso debate entre astrónomos, teólogos e historiadores.
Entre las explicaciones más antiguas se encuentra la teoría del cometa. Fenómenos como el cometa Halley, visible en el año 12 a. C., eran interpretados en la Antigüedad como señales celestes. Sin embargo, los problemas cronológicos —pues Herodes el Grande murió en el 4 a. C.— y el hecho de que los cometas solían asociarse con desgracias, debilitan esta hipótesis.
Otra posibilidad es que los magos hayan observado una nova o supernova, explosiones estelares capaces de brillar intensamente durante semanas o meses. Registros astronómicos chinos mencionan fenómenos inusuales en los años 5 y 4 a. C., dentro de un periodo compatible con el nacimiento de Jesús. No obstante, estas luces habrían sido visibles para toda la población, algo que el relato bíblico no menciona.
La teoría más aceptada en la actualidad es la de una conjunción planetaria. Estudios modernos señalan que en el año 6 a. C. ocurrió una alineación excepcional de planetas como Júpiter y Saturno, cuerpos asociados simbólicamente con la realeza y Judea en la astrología antigua. Para astrólogos orientales, este evento pudo interpretarse como el anuncio del nacimiento de un nuevo rey.
Finalmente, algunos especialistas sostienen que la estrella no fue un fenómeno astronómico, sino un milagro o un recurso literario. En la Antigüedad, los presagios celestes eran comunes en los relatos del nacimiento de grandes líderes. Así, más que describir un evento científico, Mateo habría querido comunicar un mensaje teológico: el nacimiento de Jesús tenía un significado cósmico.




