El próximo 26 de agosto se conmemora el natalicio de Rufino Tamayo (1899-1991), uno de los artistas mexicanos más influyentes del siglo XX, cuya obra logró conjugar la tradición prehispánica y la herencia cultural mexicana con las vanguardias internacionales.
Originario de Oaxaca, Tamayo produjo más de mil 300 óleos, 465 obras gráficas, 350 dibujos, 20 murales y un vitral, además de retratar en 20 ocasiones a su esposa Olga, con quien compartió 57 años de vida. Sus murales se encuentran en recintos emblemáticos de México y el mundo, como el Palacio de Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología, la sede de la UNESCO en París y el Dallas Museum of Fine Arts.
Reconocido por su uso magistral del color, la perspectiva, la armonía y la textura, Tamayo nunca se limitó a retratar escenas folclóricas. Su estilo, inclasificable, logró dialogar con figuras como Matisse, Picasso o Miró, alcanzando un lugar en los principales museos y colecciones internacionales, desde el MoMA hasta el Guggenheim.
“Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla (…) nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: este es mi credo de mexicano internacional”, declaró en 1956.
Además de su legado pictórico, Tamayo fue docente, creador de museos —como el Museo Tamayo en la Ciudad de México y el Museo de Arte Prehispánico en Oaxaca— y promotor cultural. Su disciplina y generosidad lo convirtieron en referente y modelo para nuevas generaciones.
Premiado en múltiples países, distinguido como Doctor Honoris Causa por universidades de México y el extranjero, Caballero de la Legión de Honor en Francia y condecorado con la Medalla Belisario Domínguez, Rufino Tamayo permanece como un embajador eterno del arte mexicano en el mundo.