La cobra real (Ophiophagus hannah) ostenta un título imponente: es la serpiente venenosa más grande del mundo. Originaria de las selvas y bosques del sudeste asiático, desde India hasta Filipinas, puede alcanzar e incluso superar los 5 metros de longitud, lo que la convierte en un depredador temido y admirado.
Su nombre científico proviene del griego y significa “devoradora de serpientes”, un apodo que refleja su dieta principal: otras serpientes, venenosas o no. Este hábito alimenticio, poco común entre los ofidios, la coloca en la cima de su cadena alimenticia. Aunque ocasionalmente puede consumir lagartos o pequeños mamíferos, su instinto cazador está afinado para rastrear y atacar a sus congéneres escamosos.
A pesar de su fama letal, el veneno de la cobra real no es el más potente dentro del reino de las serpientes. Sin embargo, la cantidad que puede inyectar en una sola mordida es considerable, suficiente para derribar a un elefante joven o causar la muerte de un ser humano en cuestión de minutos si no se recibe atención médica inmediata.
Con una visión aguda y un sentido del olfato desarrollado —a través de su lengua bífida—, la cobra real detecta a sus presas a gran distancia. Además, su característico capuchón desplegado y su siseo grave, casi como un rugido, sirven de advertencia antes de atacar.
Más allá de su peligrosidad, la cobra real es una pieza clave en el equilibrio ecológico de su hábitat, controlando poblaciones de otras serpientes y recordándonos que, en la naturaleza, el verdadero “rey” no siempre tiene corona.