Durante más de una década, una anomalía detectada por el espectrómetro CRISM en la órbita de Marte intrigó a la comunidad científica: un pico espectral a 2,236 micras que no coincidía con ningún mineral conocido. Ahora, un estudio publicado en Nature Communications por la geóloga J. L. Bishop y su equipo ha resuelto el enigma al identificar el origen de la señal: el hidroxosulfato férrico (Fe³⁺SO₄OH), un mineral cuya formación requiere calor intenso y oxidación.
El hallazgo, detectado en las regiones de Aram Chaos y el altiplano de Juventae, ambos dentro del sistema de Valles Marineris, ofrece nuevas claves para reconstruir episodios térmicos en la historia de Marte. No se trata solo de añadir un mineral al catálogo marciano, sino de entender qué procesos geológicos ocurrieron para que pudiera formarse.
Las diferencias entre ambos sitios resultaron decisivas. En Juventae, la señal aparece mezclada con sulfatos polihidratados, lo que sugiere calentamiento desde arriba, posiblemente por flujos de lava o caída de ceniza basáltica. En Aram Chaos, en cambio, el mineral se encuentra en estratos más puros y cercanos al lecho rocoso, lo que apunta a actividad geotermal desde el subsuelo.
Para confirmar la hipótesis, el equipo reprodujo el proceso en laboratorio calentando sulfatos ferrosos hidratados entre 100 y 300 °C. El resultado fue concluyente: se formó el mismo hidroxosulfato férrico, con una firma espectral idéntica a la observada desde órbita. La reacción solo ocurrió en presencia de oxígeno, lo que refuerza la interpretación sobre procesos oxidativos en Marte.
El descubrimiento sugiere que estos episodios térmicos podrían haber ocurrido durante el período Amazónico, hace menos de 3.000 millones de años, y representan momentos en los que calor, agua salina y oxidación coincidieron. Estos ambientes, aunque puntuales, pudieron generar condiciones químicas complejas, relevantes para la evolución geológica del planeta.
El característico pico en 2,236 micras, antes un simple número en un gráfico, se convierte ahora en un indicador clave para rastrear antiguos focos de calor en Marte. El estudio abre la puerta a nuevos análisis y podría guiar futuras misiones para comprender mejor la actividad geológica tardía del planeta rojo.




