Las salas limpias donde se construyen naves espaciales son algunos de los entornos más controlados del planeta. Allí, cada grano de polvo y cada microorganismo deben mantenerse a raya para evitar contaminar misiones científicas o poner en riesgo la salud de astronautas. Sin embargo, una bacteria descubierta hace poco más de una década ha demostrado que incluso estos espacios pueden albergar vida inesperada.
Se trata de Tersicoccus phoenicis, un microbio que sorprendió a los investigadores al aparecer simultáneamente en dos salas limpias separadas por miles de kilómetros. Aunque es inofensiva, su presencia reveló un desafío importante: había logrado pasar desapercibida pese a los rigurosos procesos de esterilización.
Un estudio reciente encontró la razón. Esta bacteria puede entrar en un profundo estado de latencia, una especie de hibernación que la vuelve indetectable incluso cuando se le buscan rastros de vida en laboratorio. Solo “despierta” cuando entra en contacto con una proteína llamada Rpf, presente en algunas bacterias comunes en la piel humana.
La situación preocupa a especialistas en protección planetaria y bioseguridad. En los últimos años se han encontrado decenas de microbios desconocidos en salas limpias de agencias espaciales, algunos capaces de resistir calor extremo, productos químicos y radiación ultravioleta. Esta diversidad microbiana plantea interrogantes sobre la posibilidad de que organismos terrestres viajen accidentalmente a otros mundos o se cuelen en laboratorios que deben permanecer estériles.
Aunque es improbable que estas bacterias sobrevivan al ambiente marciano o al vacío espacial, los expertos advierten que podrían representar riesgos en instalaciones terrestres, hospitales o industrias farmacéuticas. El hallazgo de T. phoenicis subraya la necesidad de mejorar los métodos de detección y comprender cómo los microorganismos se adaptan, incluso en los lugares donde menos se espera encontrarlos.




