El Mercado de Abastos cumple 50 años, pero la verdadera celebración no está en los discursos ni en la verbena: está en las imágenes que Sandra Camacho colgó en los barandales de la iglesia, justo frente al caos glorioso que las inspiró. La fotógrafa decidió meterse hasta el tuétano de uno de los espacios más vivos —y a veces más invisibles— de la ciudad, y traer de vuelta una serie de retratos que huelen a fruta madura, a madrugada húmeda y a manos cansadas.

Camacho, quien ha construido parte de su trabajo documentando la vida urbana y los oficios tradicionales, pasó varias semanas recorriendo el mercado a distintas horas del día. Su cámara recorrió el mercado como quien se adentra en maravilloso y caótico mundo nuevo. Sus fotos capturan miradas sinceras, montañas de mercancía que parecen esculturas involuntarias, silencios entre regateos, sombras que atraviesan pasillos como si el lugar tuviera un pulso propio. En cada imagen está la gente que sostiene este engranaje: los que descargan, los que anuncian, los que venden, los que madrugan. Los que viven ahí sin pose.

La exposición, que se inaugura este viernes 12 a las 13:00 horas, no está dentro de una sala blanca ni enmarcada en solemnidad. Está en la calle, en el mismo territorio donde se tomó. Y ahí sucede la magia: comerciantes de años, clientes distraídos y visitantes curiosos se topan de frente con las fotografías.

Además de la muestra, el programa del día incluirá una función de boxeo, lucha libre y una verbena popular que prolongará el ambiente festivo. No obstante, la exposición de Camacho promete ser el punto de encuentro entre memoria, oficio y comunidad, recordando que la fotografía documental sigue siendo una forma poderosa de narrar lo que somos y lo que permanece en el corazón de los espacios públicos.




