De cuervos y futbol
“El juego de la vida, que es el más grande, le ganó al juego del futbol, que es el más bello”. Quise empezar este texto con la frase de Batuta, el buscador de talentos que descubrió a los hermanos Verduzco, Beto, “el Rudo”, y Tato, “el Cursi” en la película que tiene como título los apodos de dichos personajes; en ella, los protagonistas son parte de situaciones que el aficionado al futbol reconoce inmediatamente: el éxito obtenido gracias al talento y la decadencia cuando ya no eres rentable como jugador profesional. En este sentido, el fan pambolero mantiene esa conexión con el balompié, creando un sentimiento sobrevalorado demostrado por las emociones que conecta ante el césped, el balón y las porterías. Existe mucha gente que posiciona el futbol dentro de su círculo de vida, es por demás sabido que los mexicanos conservamos una gran tradición futbolística que ha sido heredado por generaciones desde comienzos del siglo pasado.
La gran cantidad de equipos profesionales y semi profesionales tomaron el legado de un grupo de personas que se reunían en los campos llaneros a practicar una actividad física que llegó en barco desde el Viejo Continente, y que consistía en llevar a patadas una esfera de cuero o de goma hacia el marco del equipo contrario. No me quiero extender demasiado en asuntos históricos, sin embargo, lo planteo a partir de la importancia que tiene el surgimiento de la tradición futbolística dentro de la idiosincrasia mexicana para entender el porqué una película, o en el caso al que me referiré, una serie, funciona para sobrellevar, narrativamente, otros aspectos de nuestra sociedad.
Netflix, posicionado ya como una plataforma líder de entretenimiento por streaming, apostó por la creación de series originales que abarcan diferentes contenidos, desde el suspenso, la ciencia ficción, la comedia, el drama, entre otros, pero todas estas nuevas propuestas conservaban todavía esa esencia que se alejaban de un contexto mexicano. Series como House of Cards, Orange Is The New Black, Stranger Things, por mencionar algunas, exponían temas que tenían que ver directamente con las situaciones políticas en Estados Unidos (House of Cards); situaciones sociales (discriminación, racismo, sexismo) de Estados Unidos (Orange Is The New Black); tributo al entretenimiento cinematográfico y televisivo de los años 80´s y 90´s de Estados Unidos (Stranger Things), etc. Así, estas series ratificaban la gran calidad en cuanto al entretenimiento televisivo que nuestro vecino del norte siempre tiende a demostrar.
Con la idea de que podrían extender ese creciente éxito de series originales, Netflix quiso intervenir con creadores mexicanos para llevar a cabo un proyecto que fuera mejor identificado por el público local, temáticamente hablando. Es por eso que apostó en delegar a Gary Alazraki una producción donde los mexicanos se identificaran tanto en los personajes, como en situaciones y lenguaje.
Alazraki partió de un proyecto que le trajo mucho éxito. Nosotros los Nobles fue una película donde abordó temas como el contraste socioeconómico que existe entre dos estilos de vida completamente opuestas, por un lado, los llamados “junior´s” (ahora “mirreyes”) y por otro lado, la clase media. Gracias al filme, Alazraki vio la posibilidad de explotar el estilo del personaje interpretado por Luis Gerardo Méndez y trasladarlo a un mundo perfectamente reconocible para el espectador promedio: el mundo del futbol.
Con tintes telenovelescos la trama de la serie se centra en dos medios hermanos que intentarán a toda costa ser los directores generales del equipo de futbol de su padre, los Cuervos de Nuevo Toledo. La simpatía del personaje de Luis Gerardo Méndez: Salvador Iglesias Jr. o simplemente Chava, va tomando más fuerza cada vez que aparece en escena, el espectador, gradualmente, conocerá su carácter, sus debilidades, su ego, entre otras virtudes y vilezas. Por su parte, la hermana mayor, interpretada por Mariana Treviño en una actuación ad hoc por la naturalidad que demuestra en su interpretación de Isabel Iglesias, se enfrenta a un mundo que, por tradición, está dominado por los caballeros; Isabel se propondrá revertir esta situación para demostrar que los prejuicios masculinos no tienen cabida con su llegada al mundo de los negocios del “juego del hombre”.
Los constantes roces de ambos hermanos marcan la pauta y el ritmo de cada escenario en el que se ven inmiscuidos, ésta es precisamente la gracia, la obvia avaricia que no se cansan de demostrar por el puesto privilegiado de la institución, entorno que merma la relación con cada uno de los personajes que aparecen a lo largo de la serie.
Club de Cuervos consta de cuatro temporadas, este año se estrenó la última de ellas, para muchos ─me incluyo─ la mejor de la serie. Desde el primer capítulo de esta temporada se va desarrollando el principio del fin, que, dicho sea de paso, sabíamos que aquí concluiría el exitoso proyecto.
No cabe duda de que todo el equipo de guionistas que participaron a lo largo de las cuatro temporadas se esforzó para entregar una serie íntegra que va funcionando paso a paso en cada uno de los 45 episodios que la conforman. Si bien se ayuda en demasía de situaciones un tanto absurdas y exageradas, también es verdad que la alegoría de la realidad futbolera no pudo estar mejor representada al lograr causar en el espectador el “es gracioso porque es cierto”. Hoy más que nunca es difícil que las instituciones de cualquier tipo logren ocultar la corrupción que por muchos años se negó, al futbol profesional no le es indiferente este problema, Club de Cuervos aborda cada uno de estos aspectos que mancharon, manchan y mancharán la inmaculada noción de la naturaleza del deporte.
Club de Cuervos es obligada a ver si, primero, eres fan del futbol, y, segundo, si aún toleras el estilo de personajes como el de Chava e Isabel Iglesias o, mejor dicho, el humor que se maneja con este tipo de comedia. Si la serie juzga de buena o mala a una sociedad que ama de sobremanera al futbol, la decisión no importará ante un criterio visto de otra manera gracias a unos cuervos que fueron criados para rodar el balón en el pasto y sacarle los ojos a una realidad indiferente.